Amanece con nieve: nieve reciente, muy fina, como pelusa o polvos de talco.
Ya ayer, al regresar de buena tarde a casa,
El azul cobalto de un cielo sin estrellas
Competía con el aura anaranjada de las farolas precaria y prematuramente encendidas.
Era un indicio de nieve, o la nieve misma, suspendida sin cuerpo en el aire,
Lluvia invisible que sólo la luz revela.
Ahora descorro las cortinas y la blancura me duele en los ojos.
Despierto con este resplandor acerado de un sol lejano,
Nítido como una hoja de afeitar, y luego, en silencio, con miedo a despertarla,
Desciendo a la cocina.
En el jardín, la tierra húmeda asoma tímidamente entre lo blanco,
Y también los mínimos brotes que en este final de febrero
Se atreven a desafiar los últimos bandazos del invierno.
No aguantará la nieve: tal vez en el jardín nos espere algún rastro esta noche,
Pero será la excepción. No hubo viento. Nada nos inquietó mientras dormíamos.
Puedo imaginar ahora el rumor inapreciable de la nieve al caer sobre el asfalto
Como una música de fondo en nuestros sueños. No soñé con nieve,
Pero todo lo soñado se asienta en ella.
Luego, cuando salga a la calle, será ese territorio el que pise,
Seré yo quien entre como una prolongación furtiva en mi sueño;
Y quien tome residencia con la primera palabra pensada o escrita sobre la nieve.