A Hugo Lindo
Bien.
Se ha dicho bastante del origen.
Desde el vagido de las rodillas de la madre primera
Hasta los libros y las explicaciones de la historia.
Se ha dicho ya la soledad del hombre en el jardín primero
Y de su hallazgo dulce como fruto del árbol de la vida,
Cuando sus manos tocaron sentimiento
Tocaron emoción
Tocaron carne
Y no sabía nada ni del bien ni del mal.
Podemos, pues,
Estar seguros del origen
Con la evidencia que reflejan los ojos
En nuestro cuerpo de ángel indomable,
En nuestra historia
Y hasta en cosas tan simples como un zapato
O el lápiz vacilante que no encuentra el camino tan claro
De la página en blanco.
La vida es un camino y aquí vamos
A veces con nostalgia de los primeros pasos,
Y hay en todo esto plena certidumbre:
Porque si estamos somos, y venimos.
Pero intentemos ver un poco más adentro
O más allá de la inmediata circunstancia,
Hasta dar si es posible
Con la clave segura del final del camino.
Dicen que ahí la sangre se detiene
Y el cuerpo es solamente destino de cenizas,
De abandonados huesos,
Materia disolviéndose o cambiando
Como el agua en el aire,
Como flor en espacio donde reina
La fugaz permanencia del aroma.
Y la vida es verdad como el origen
Pero ambos son los miembros de este cuerpo
Que es la historia de todos, tuya y mía.
Tiene que haber, entonces, algo
A partir del minuto en que la sangre
Comience a convertirse en materia deshecha.
Yo me miro las manos y los ojos
Y sé que no envejecen pero cambian,
Sé que caminan
Fieles a su destino de temporales formas
Y que al rostro me suben los caminos del tiempo.
Pero algo me recorre debajo de la piel
O encima de los huesos
O alrededor del cuerpo – donde sea.
Antes del fuerte impulso de la sangre,
Del vientre conmovido por la vida,
Algo se abría paso como una flor en su raíz.
Algo. No es sólo una palabra.
Le veremos la cara cuando estemos despiertos
Pese al inmóvil gesto de los cuerpos que yacen
Y luego poco a poco se disuelven
En su tiempo de olvido.
Le varemos la cara
Y será como un fuego al que el agua no apague.