Espartaco se llama
El hijo que soñamos.
Es surtidor de llamas
Fuerte desde temprano.
Suele abrazar a cabras
De su tamaño,
Forcejear con ellas,
Derribarlas con sus calientes cuernos.
Escalaba de niño los pinos
Y en lo alto iba elevando castillos.
Lejos andaba libre del todo,
Brincando abismos.
Todavía no sabe a cuántos
Atrae en su rueda de fuego.
Jinete también,
Luchador a brazo partido,
Cálido y sin odio,
Se abre camino.
Espartaco se llama
Y sin quererlo va
Llevando lejos a hermanos dormidos.
Anda fuera de ciudad, se hizo dueño
Sin que nadie lo notara,
De cada tubería por donde corre el agua.
Sin palabras todavía
A todos lleva como el río, y lo desvía.
Pero sus padres son de los vencidos
Y padres de vencidos.
No sabe todavía
Que va huyendo,
Que se esconde
Al remontar los ríos.
Cuando el enemigo caiga
Cuando se abalance y se desplome
A sepultarlo en vida
Resistirá el peso.
Abrazado a la montaña encontrará refugio
En el volcán de oro.
Allí tendrá mujer, reina y sol alrededor de él,
Barriendo el polvo, limpiando con su swing
La vivienda de todos.
Otros dirán dentro de numerosos años:
“Espartaco se llama.
Conforme a su destino
Le quebraron los huesos
Al hijo que soñamos.
Al nacer era recuerdo
Y nos hizo huérfanos del todo.
Pero antes del martirio
Había levantado a sus muertos hermanos,
Los había sumado a su carro de luz.
Ya se aleja y se lleva en el ocaso,
Estrepitoso y marino
A los resucitados.”
Espartaco se llama
Y tiene otro nombre secreto,
El que nos ha dejado
Rezagados en su camino.
El misterio de la iniquidad,
“Niño perdido en Palestina” (como firmó un día)
Con él apedreado,
Hecho milagro,
Respira.