Piedad no pide si la muerte habita
Y en las tinieblas insensibles yace
La inteligencia lívida, que nace
Sólo en la carne estéril y marchita.
En el otro orbe en que el placer gravita,
Dicha tenga la vida y que la enlace,
Y de ella enamorada que rehace
El sueño en que la muerte azul medita.
Sólo la sombra sueña, y su desierto,
Que los hielos recubren – y protejan-,
Es el edén que acoge al cuerpo muerto
Después de que las águilas lo dejan.
Que ambos tienen la vida sustentada,
El ser, en gozo, y el placer, en nada.