A Juanita mi difunta esposa.
Abrí los ojos en la ribera sur del lago el día que iniciaste el viaje.
Un aletear a ras de los cañales, un verde seco y humoso; un beso por la costa hasta Granada.
Te vi alas, vi el deseo del sol. Conocí tu destino recorriendo huertas de mandarinas,
Vahos azules, gritos de amor con los clarineros en los laureles de la india;
Toqué la sombra de los bahareques, celebré fiestas de naranjas y marimbas en Masaya.
El cielo y un rumor verde de laguna; volví al niño cazador,
Volví a ser el pez del silencio y la blanca sombra de las garzas.
Quise imaginarte en el sueño de la gran culebra que salía crispada del deseo para anidarse en el agua.
Mediodía en Managua, centro fugaz de tus ojos en ascensión con pecho redondo y rosado,
Y un lago para refrescar las alas. Vi júbilos descendiendo en las islas.
Conocí el misterio salobre de una sirena, hermética en la eternidad, con espejo de mar en la espalda.
Toqué las puntas de nuestros sueños y cerramos los ojos como palomo y paloma.