Mal herido Abindarráez
Se sale de una batalla,
Y preso, que es lo peor;
Y lo que más estimaba,
No por verse de un cristiano
Sobrado lanza por lanza,
Mas por no poder cumplir
A Jarifa su palabra.
Solo va en medio de todos
Los que el alcalde llevaba,
Muy triste y muy pensativo,
Y la cabeza abajada.
Suspira de rato en rato,
Y entre sí él se quejaba:
?¿Hasta cuándo, di, fortuna,
Has de estar conmigo airada?
Acaba ya, si quisieres;
Mira que no ganas nada,
Que no es honra en cuerpo muerto,
Como dicen, dar lanzada.
Jarifa, señora mía,
Mal nos fue en esta batalla,
Pues tú pierdes tu cautivo,
Yo mi gloria deseada.
No esperes, porque si esperas
Estarás desesperada,
Esperando a quien no espera,
Que se acabó su esperanza.
¡Ay de mí, triste cautivo,
Ay, que el alma se me arranca!
Diciendo esto dio un suspiro,
Y los ojos se alimpiaba.
El alcaide, que es discreto,
Y la noche hacía clara,
Iba notando del moro
La tristeza que llevaba,
Y apartándole a una parte,
Supo de él toda la causa;
Y al punto le dio licencia
Con que le diese palabra
De volver a su prisión,
Esta ventura acabada;
Y el moro se fue contento
Adonde Jarifa estaba.