He querido y encontrado el éxtasis. Llamo a mi destino el desierto y no
temo imponer ese misterio árido.
Georges Bataille, L´Alleluiah
Entonces Pilatos le dijo: -¿Qué es la verdad?
Juan, 18:38
– Es exigua la entrada y altas las columnas-, susurras
mientras avanzas con tu cortejo de devoradores.
-¡La liturgia del grito, alboréame leyenda!-, te contesto
con la mirada de chacal que nos embebe.
Un desposorio de madréporas cabe en estos dedos
que han visto la sangre evanescente y todo el luto.
¿Eran suyas las caras vaticinadas en mis manos?
La invocación es perfecta.
Un árbol salvaje en la estación de las lluvias
anuncia con amarillo de cadmio y sangre lila
lo que fue de tus padres.
¡Qué carnicería de arañas en el vasto teatro del planeta!
La oscilación llega con su columpio roto
a mostrarme los surtidores, estos braseros
donde encarno a las crías de otro rey desquiciado.
Detrás hierven ayeres
como pequeños estigmas en el pico del buitre,
vueltos ofrenda hacia un mundo tan sucio.
En sueños palpé los trece libros perdidos de Píndaro,
crucé exaltado en la caliente noche un jardín de panales silvestres,
vi a Coelio Rhodrigino escribiendo con sangre en espejos convexos
la sublime y secreta rotación de las mónadas,
miré perplejo – a través de mis muertes – la crucifixión de Polícrates,
con rojo disuelto en oro del comienzo alcancé el umbral de la esfera.
Pude transfigurarlos en la tela, pero se deshacían
como veladuras resecas en el vientre de un dios.
Esos grabados se han perdido en los ojos que vierten en el Ojo
los últimos fragmentos de la reminiscencia.
Ahora son relámpagos de llagas para la pesadilla.
Testigo de pieles de lúgubre conciencia, hieródulo sumiso,
voy lamiendo – supliciado – abalorios de un soplo incontenible.
La advertencia se dibuja sobre acantilados y rocas,
y sube a pleno sol la carne voraz de los que ayer durmieron.