En la aldea de mi alma a solas con la lluvia
Carlos Edmundo de Ory
Sobre la sed antigua de esta tierra
el cielo va esparciendo sus semillas de agua,
su trigo transparente, su uva, su pasado.
El cielo que nos cuida y nos castiga
sin causa ni criterio conocidos
hoy llora como si nos conociera.
Sobre la sed sin nombre de los hombres
la lluvia es don, maná, mano de mar
que amenaza, acaricia, se despide.
En su rumor de incendio arde el ayer.
Los ancianos se asoman a la puerta
del bar, abren sus manos y recogen
la limosna del cielo.
Les da miedo el nublao,
la palabra Nublao, temen su ira.
Los niños con sus botas de cien lenguas,
juegan a no saber,
rompen el cielo sucio de los charcos.
Esto son cuatro gotas,
dice Noé. Y el tiempo se suspende.
Los olivos sonríen.
Las madres tienen miedo y cierran las ventanas.
Los ancianos diluvian
miedo adentro. En silencio.