No cual cisne con su canto
Hago endechas a mi muerte,
Que, aunque es amarga su suerte,
Es más amargo mi llanto.
Bien sé, ingrata, que el negarte
Fue miedo de enternecerte,
Que se trocara mi suerte
En mirarme o yo en mirarte.
Yo te perdí y he perdido
Triste con razón la vida,
Que es justamente perdida
Habiéndote conocido.
Yo tengo, en fin, de morir;
Que el mayor mal – que es ausencia –
Intenta sin tu presencia
El persuadirme el vivir.
Pues ¿cómo viviré ausente?
No lo querrán mis enojos,
Si pierdo al sol de tus ojos
Y si al cristal en tu frente.
¿Cómo, en mi amoroso ardor,
Sin la nieve de ese pecho,
Cuanto más brota deshecho
Llamas mi escondido amor?
Perdí en tus mejillas bellas
Al Abril más matizado,
Cuando hermoso y confiado
Compite flores a estrellas.
Perdí del rojo arrebol
De la aurora, lo más fino,
Pues se queja en su camino
Que se lo robaste al Sol.
Perdí en tu divino aliento
El aliento del verano,
Cuando del florido llano
Es manso ladrón el viento.
Perdí en tus cejas y boca
Al ébano y al coral;
En tus dientes, el cristal
Desasido de la roca.
Perdí en perder esas bellas
Manos toda mi esperanza,
La señal de mi bonanza,
En faltar tales estrellas.
Perdí en tu talle gentil
La envidia de la hermosura
De Apeles en su pintura,
De Lisipo en su buril.
Y tanto, triste, he perdido
Que, en mi terrible dolor,
Sólo agradezco al Amor
El verme, por ti, perdido.