Bebiendo a sorbos de muerte, la negra leche del alba,
Estaba yo contemplando las rosas
Que me han tocado en este mundo
Y por las que Dios viene a la tierra,
Sin el temor de perder el camino que lo llevará de vuelta
A las estancias donde sabe estarse quieto.
Allí, a la intemperie, contemplé la rosa suicida de Yukio Mishima,
La rosa de oro de Beijing,
Y la rosa radiactiva del país de los soles rasantes.
Junto a los márgenes evidentes de la sobrevida,
Estaba yo, pidiéndole una rosa verdadera
A Santa Teresita de los Cementerios
Y le pedía, además, que me ayudara a creer siempre
En el gran Amor que Dios me tiene,
De modo que yo pudiera echar una mirada a mi alrededor
Con la paz de los vencidos
Y la fe de encontrar en las rosas que se me mostraban
La flor perdida, la innombrada rosa del Poeta muerto.
Pero, en su lugar, se me mostraban todas las rosas del mundo:
La rosa escrita de Amherst – la rosa de Emily Dickinson –
Y la rosa de arena, la rosa de Beirut.
Abrían también a mis pies, la rosa imperial austríaca;
La rosa cruzada, la flor negra
Y la rosa del Ponto Euxino, que alabara Ovidio en su exilio.
Otras, en cambio, se negaban a ser miradas,
Como la rosa hermética de la Cábala
Y la rosa mágica y secreta de los judíos.
Ya me marchaba a las horas brutales de la autocompasión,
Cuando una rosa, al centro de la noche umbría,
Se alzó como una estrella de sangre
Sobre los coágulos de la aurora.
Y allí estaba frente a mis ojos,
Resistiéndose al fuego sobre un montículo de cenizas,
La rosa de nadie, que resultó ser nada menos
Que la rosa de Paul Celan.
II
Paul Celan aparta el coágulo de los labios,
La rosa de las ruinas;
Sopla en la jarra donde bebe
Y su aliento acompaña la mordida al fruto de los mudos,
Al corazón que mastican sus asesinos, en silencio.
Abre las páginas del diario.
Apunta: “Una sombra sobre las aguas
Del Sena es una imagen fácil de retener en el papel callado…”
Paul Celan proyecta a la masa líquida el cuerpo de un hombre.
Y ese hombre escribe cantos por doquier.
Cómo es posible escribir versos, Dios mío,
No antes o después sino durante la concentración de las almas,
Cuando los días se pegan con un hilo gelatinoso al cráneo.
Por último, lee a Hölderlin:
“A veces el genio cae en la oscuridad
Y se hunde en el oscuro pozo de su corazón”.
III
Su corazón se hunde.
El otoño comienza a dictarle monótonamente una frase:
“Tiempo es de que sea tiempo”.
Y mira a la tierra con un dolor humano.
Es el tiempo en que deben florecer los almendros,
Las piedras dar fruto suave,
Conversar y luego escribir un poema,
Sin levantar sospechas.
IV
Cómo escribir un verso.
Me aparto el hambre con un golpe de ojos
En la garganta y concluyo:
“Escribir un poema después de Auschwitz es bárbaro”
(Theodor Adorno).
Por eso no escribo,
Dejo gotear la negra leche de los labios
Negados a beber,
Sincronizo los relojes,
Decido por un tiempo
Que habrá de llegar como un golpe de agua
O como el río
Que devuelve sobre los bancos de arena a sus difuntos.
V
Santa Teresita de los Cementerios,
Pido para nuestros muertos,
La rosa que habrá de acompañarlos
Mientras duren los días de Paul Celan sobre la tierra.