¿Qué será que habiendo sido
La Musa que tanto honráis,
En obedeceros pronta,
Con sumisa voluntad;
Hoy tan perezosa esté,
Que no me quiere inspirar
Los versos que me pedís,
Si cuando pedís, mandáis?
¿Acaso pudo el deseo
De complaceros faltar,
O acabaron los calores
Con su vena perenal?
¿O, fatigada tal vez,
De traducir y firmar,
Tiempo la falta y Humor
Para ser original?
Y en tanto, a mí se me acusa
De indolente y holgazán;
Ella se abanica y ríe,
Yo me apuro, y vos instáis.
¿Que la cuesta en libres versos
Maldecir y murmurar,
Sátiras dictando alegres,
Llenas de pimienta y sal?
¿Acaso la edad presente
Tan corta materia da?
¿Tan leves son nuestros vicios?
¿Tan pocas locuras hay?
Si la mandaran fingir,
Y con astucia falaz,
Aplaudir los desaciertos,
Los delitos adorar
Yo el primero disculpara
Su silencio pertinaz:
Que es mejor cuando el asunto
Obliga a mentir, callar;
Pero si queréis que sólo
Dicte sátira mordaz:
¿No es decirla claramente,
Musa, dinos la verdad?
¿Pues porque de la ocasión
No se debe aprovechar,
Y dar una felpa a tanto
Literato charlatán?
Tantos eruditos hueros,
Curo talento venal
Nos da en menudos las ciencias,
Que no supieron jamás.
Tanto insípido hablador,
Tanto traductor audaz,
Novelistas indecentes,
Políticos de desván.
Disertadores eternos
De virtud y de moral,
Que por no tenerla en casa
La venden a los demás.
¿Y por qué tantos copleros,
Que en su discorde cantar
Ranas parecen, que habitan
Cenagoso charquetal;
Ha de tolerar mi Musa
Que metrifiquen en paz,
Y se metan a escribir
Por no querer estudiar?
¿Ella no fue la que un día
Dio lección tan magistral,
(haciendo el ancho teatro
Púlpito de la verdad)
Que a todo autorcilloso astroso
Lleno de terrible afán;
Creyendo cercano el punto
De su exterminio final?
¡Oh!, estúpidos, escribid,
Imprimid, representad;
Que el siglo de la ignorancia
Largos años durará.
Y mientras al rudo vulgo
Embobéis y corrompáis,
Con farsas, que Apolo al verlas,
Padece gota coral;
Ni faltará quien os dé
Para vestir y mascar,
Ni habrá un cristiano que os diga:
Vencejos, no chilléis más.
Seguid, y lluevan abates,
Moros, pillos de arrabal,
Arrieros, trongas y diablos,
Con su rabillo detrás.
Y si el público se hastía
De ver tanta necedad;
Váyase a dormir tres horas
A los Caños del Peral.
Pero, señor, si la Musa
Se llega a determinar,
Se anima y os obedece,
Y tras todos ellos da:
Y en justa sátira y docta
Los tonos quiere imitar,
Del siempre festivo Horacio,
O el cáustico Juvenal;
¿No será de tanto monstruo
Las cóleras provocar,
Y exponer a mil estragos
Su decoro virginal?
¿No veis que yace el Parnaso
En triste cautividad,
Y en él bárbaras catervas
Atrincheradas están?
No señor: pues siempre ha sido
Para vos fina y leal
Mi pobre Musa, y os debe
Lo que no os puede pagar;
No la mandéis que de tanto
Necio se burle jamás,
Ni les riña en castellano;
Porque no la entenderán.
Sátiras no: que producen
Odio y encono mortal;
Y entre los tontos, padece
Martirio la ingenuidad.