Los señores templarios
descienden cada mañana al pozo.
Con el cuerpo limpio de vestigios,
eliminados los pelos del gato
y las sombras de cualquier hierba,
lavan sus culpas en las aguas de Dios.
Por una esquina
donde nunca llega la luz
pasan los señores templarios
y el ídolo de paja
los mira con rabia:
les lanza todo el amor,
el desamor del mundo.