Como un aceite negro tu ausencia
invadiendo los muebles, los trajes, el espejo,
los ojos de mis gatos, cada letra
de cada línea de cada hoja de cada libro,
y más abajo la herida, nada,
sólo el eco difunto de tu voz
y yo dentro del pozo cayendo eternamente
sin alcanzar tu nombre, cofre de acero
donde duermen para siempre mis semillas.
Tus caricias para el otro en mi piel son latigazos,
son el cielo del alba atravesado por espinas,
son las sábanas del lecho convertidas en pantano,
son mis manos arañando el aire hasta sacarle sangre,
No supe ofrecerte cortadas en un plato ni mis orejas ni mi
alma.
Te di de puñetazos tratando de romper en tu cara la cara
de mi madre.
Te encerré en un cementerio lleno de lápidas portando sólo
mi nombre.
Hoy avanzo en las tinieblas llorando lágrimas de siete
metros
por debajo de mi máscara de perro
mientras lejos lejos lejos y más lejos
bailas tratando de asemejarte a tus propios límites.