La luz es un cadáver que flota inadvertido.
Sus pupilas decrecen sobre nuestras pupilas.
Ese sol de esta tarde no es real:
es una gota espesa de llanto inmaculado
que cae sin descanso y flota y cae.
Ni siquiera es real su eternidad.
La muchacha que amé olvidó su nombre.
Hoy es un cuerpo intacto que no puedo llamar.
La muchacha que amé ya no regresa,
bebe su café a solas cada tarde,
le palpa el rostro un viento sin memoria.
Nada que nos recuerde podría regresar.
La muchacha que amé se duerme sola,
ella toda penumbra: ya no puede soñar.
Se va y camina sola y siente frío,
quiere abrazarse y no encuentra sus brazos.
La muchacha que amé no puede más.
Si espera bajo el sol siente más frío,
pero ella espera, cree, no distingue
que ese sol de esta tarde no es real.
De El Día Interminable