Desde que sé las cosas bellas,
Los mil incógnitos veneros
De, luz, las fuerzas misteriosas
Que el hombre lleva en su interior,
¡ya no me importan las estrellas
Ni los cometas agoreros
Ni las arcanas nebulosas,
Con su fosfóreo resplandor!
Ya no me importa del planeta
La claridad prestada y quieta;
Ya no contemplo al taciturno
Y melancólico Saturno,
Con sus anillos y el cortejo
De diez satélites, errar
Por la extensión como un dios triste
Bajo la pompa que lo viste…
Ya no me encanta el oro viejo
De nuestra luna familiar.
¡Qué vale, en suma todo eso!
(materias cósmicas, exceso
De vano gas en combustión…)
¡Qué vale en suma, ante el abismo
Vertiginoso de uno mismo
Que nos espanta la razón!
¡A qué mirar constelaciones
En el profundo azul turquí!
¡A qué escrutar las extensiones!
¿Qué nos diréis, astros distantes,
Inmensos orbes rutilantes?
¡El gran misterio no está allí!
…En el silencio de mi pieza,
En tantas noches de tristeza,
En que la copa del vivir
Hay que apurar hasta las heces,
¡oh, cuántas veces, cuántas veces
Cerré los ojos sin dormir!
Y vi, sin ver, luces tan puras,
Tanto fulgor, arquitecturas
De una tan vasta concepción,
Enigma tal, tales honduras,
Que ya no miro las alturas,
Y está cerrado mi balcón.
Descansa en paz, anteojo mío,
En tu gran caja de nogal:
Ya no te asomes al vacío
Con tu pupila de cristal.
Descansa en paz, anteojo mío,
En tu gran caja de nogal.