Jesucristo

I
La mariposa del atardecer
Sus alas tiende sobre los olivos,
Queman los cirios sus reflejos vivos
Velando al ángel del amanecer.
Entre sombras, sin trono, ni poder,
El Hombre-Dios libera los cautivos
Sentimientos, que en dardos punitivos
Rasgaban lo más íntimo del ser.
A pocos pasos, inmutable, ajena,
Enroscando sus sueños en la arena
Dormita la materia en derredor.
¡Levantad la conciencia de la arcilla!
¡Despertad!, que ya siento en la mejilla
El aliento del beso acusador.
II
El premio a la traición, treinta denarios,
El precio del amor, la propia vida.
Por la senda de abrojos revestida
Se desangran sus pasos milenarios.
De Judea, en los mudos escenarios,
La imagen del dolor cayó rendida,
Al restallar sobre su carne herida
El flagelo infernal de los sicarios.
Ladraron los mastines de la angustia,
Se repite su faz, lírica y mustia,
En las albas mareas de un pañuelo.
Y en los ríos de luz de su mirada
La humanidad entera reflejada
Aún no cesa de cantar el duelo.
III
Leños cruzados sobre el infinito
En su mudez al Universo ataron;
Sobre el desierto, en tormentoso rito,
El rostro de la muerte proyectaron.
Los ocres tintes de aquel sol marchito
La carne desgajada iluminaron,
Se rompe el tiempo, en acerado grito
Los ecos del espíritu quebraron.
Clavos, espinas, lacerante daga
Sendas le abrieron, y su piel enciende
Una rosa de luz en cada llaga.
Se entrega de la bestia a los resabios
Y por amor la muerte, a cambio, prende
El salmo del perdón entre los labios.
IV
A sus plantas, el Orbe estremecido,
Giró al golpe del rayo fulminante.
De la tarde, el inánime semblante,
Se agostó como un lirio fallecido.
Se encrespó la marea del olvido;
La soledad, campana delirante,
Tañó su pena, y el silencio errante
En las entrañas se palpó el latido.
¡Oh Jesucristo!, la conciencia inerte
De un pueblo entero te clavó en la sombra
Infinita y austera de la cruz.
Y ese pueblo que gime y que te nombra,
Te reclama, triunfante de la muerte,
Desde la sombra convertido en luz.


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Poema Jesucristo - Herminia D. Ibaceta