Y son juguetes, las iglesias, de un gran escaparate.
Juan Ramón Jiménez
Hombre adulto que insemina
el signo de la duda,
el diezmo del mezquino,
la culpa como sastre.
Infamia y desgracia de los simples:
la frente buscando el sudor.
Hombre que casual rubricas la forma
de unas cejas, la clave del aliento
que pudiera presidir mañana
un beso, su imperio o quizá el sonido
que revele al dulce, al noble, al felón.
Hombre que ya sabe,
que ya ha decolorado
el globo luminoso de la infancia
a tientas de periódico y goteo
ineludible del espanto
en forma de poca o mala suerte.
(La Tierra, en efecto, no es redonda.)
Hombre adulto que inseminas, seduces,
te alimentas
ayer, solito y
hoy tan solo
conduciendo, en derrota,
tu floja sastrería
hacia tantos tanatorios…
Señor que me rompe la desidia
subiendo al escenario del Domingo.
Hombre adulto,
cuando te veo, en la calle
he de pararme
y dejar que caiga
que ejerza su plomada
el cómo, dime,
¿cómo puedes
aún
buscar en un templo?