Madre, ¿por qué no me has abandonado?
¿por qué sigue cuidándome tu sombra?
¿por qué sigue acusándome tu amor?
Hice, ya sabes, todo lo que pude
para que tú sufrieras más por mí.
Durante tantos años, tantos siglos,
alguien meaba culpa cada noche
para que cada día te quejaras,
tendieras desolada las sábanas al sol,
preguntaras al cielo qué habías hecho
tú para merecer aquel castigo.
Y cuanto más sufrías más me amabas.
Me llamabas amante. Me curabas
las llagas con azufre. Me limpiabas
las mejillas con tu saliva. Amarga.
Eras madre de antes como yo hijo de entonces.
Era dulce y canalla chantaje cotidiano,
una soga trenzada por la necesidad
de depender, cordel que aún nos une,
nos ata a aquel olor, a aquel dolor
de ver que viene el día
y con él la pasión de una piedad
donde el deseo fue destrozo, vano,
culpa la huida, soledad amarnos.
De aquella infancia (que a pesar de todo
aún me atrevo a llamar feliz) huí.
Ahora tu espera es faro y me convierte
en errante y traidor, enhijo pródigo.
Te temo y vuelvo a tu regazo oscuro,
al nido donde vuelvo a no ser sino tú,
entregado a mi miedo y a tus manos,
a la herida heredada y a la sombra
de ciprés triste que tiene tu voz,
lo que dices de mí, lo que callamos.
Soy sólo hijo. Vago. No comprendo
cómo siguen cuidándome tus manos
buscando entre las sábanas el mar
donde sueño que muero
ahogado, hijo de entonces.
Huyo de ti y de mí. Me perseguimos.
Y miento y muero y odio lo que amo
y no veo la hora de volver
a una infancia que invento cuando escribo.
Madre, ¿adónde me he ido? ¿dónde estoy?
¿qué oscuridad y qué humedad son éstas?
Madre, ¿por qué no me has abandonado?