Este es el fin del Cristo abandonado,
el fin de la lanzada, el clavo y el vinagre,
el nunca más de la Resurrección,
el siempre de la muerte en el Sepulcro,
el fin del pan que multiplica
la sangre, el fin del buen ladrón y Magdalena,
el fin del hombre Lázaro sin muerte.
Este es el fin del traidor en Judas,
del cobarde en tu Juan,
el fin de la ramera perdonada,
la huida en mercader y a latigazos,
el balbucear del rico que entra al cielo
cada cien mil años, y el sisear del pobre
descoyuntado a huesos por el rico.
Esta es la fuga a noches en el asno,
el apagarse de la estrella,
el reventar de los belenes, el estallido
de la pregunta que no dice
José de Arimatea.
Este es el fin
del centurión y de los lirios
del campo (mirad los lirios del campo, y Salomón con toda
su gloria no pudo alimentarlos).
Este es el fin: buscadme ahora,
decidme ahora que no sea
el fin de la Palabra
(en el principio la Palabra, en el principio
las tinieblas que jamás,
se van), y el río que a los mares
se va, según el Cristo, y el Cristo no regresa:
se va, se fue: lo dejo escrito
a ver si no es el fin, a ver si en esta noche
Tú no me has abandonado.