Esparze en estas flores
Pura nieve y rocío
Blanca y serena luz de nueva Aurora,
Y con varios colores
Se vista el bosque frío
De los esmaltes de la rica Flora;
Pues la ecelsa Eliodora
Ya muestra su belleza,
A do con alta frente
Da Betis su corriente,
Llevando al mar tendida su grandeza;
Y vos, lumbres del cielo,
Mirad felices nuestro Esperio suelo.
Roxo Sol, qu’ el dorado
Cerco de tu corona
Sacas del hondo piélago, mirando
El Ganges derramado,
El Darïén, la Sona,
Y del divino Nilo el fértil vando;
Si tú llegares, cuando
Esta serena Estrella
Alça al rosado cielo,
Dando alegría al suelo,
Los ojos, do está Venus casta y bella,
D’ aquellos rayos ciego,
Arderás, en tus llamas hecho fuego.
Luna, que resplandeces
Sola, fría, argentada
En el callado velo tenebroso;
Y tu luz enriqueces
En la hacha inflamada
Del Sol con resplandor maravilloso;
Si el Luzero hermoso,
Do el puro Amor s’ alienta,
Mirares, encendida
En llama esclarecida,
Qu’ a limpias almas en vigor sustenta,
Correrás por la cumbre
Con grande y siempre eterna y clara lumbre.
Junta a inmensa belleza
Ya está la cortesía,
Y suma onestidad y umilde trato
Con valor y grandeza,
En el dichoso día
Qu’ el cielo largo la bolvió más grato,
Vivo y puro retrato
D’ inmortal hermosura,
Rayo d’ amor sagrado
Qu’ a su consorte amado
Consigo junto en fuego eterno apura;
Y si parte le ofende,
Es qu’ el velo mortal su bien comprende.
El sacro rey de ríos,
Que nuestros campos baña,
Al bello aparecer deste Luzero
Cubrió los vados fríos
Al pie de la montaña,
Do vio resplandecer su Sol primero,
Del oro que el Ibero
En las cavernas hondas
Procura, y con las flores
Compuso en mil colores,
Y con perlas el curso de las ondas;
Y, esclareciendo el cielo,
Esparzió olor suäve en torno el suelo.
Las Gracias amorosas
Con las Ninfas un coro
Texieron en el claro, undoso seno;
Y de purpúreas rosas
Embueltas en el oro
Con ámbar oloroso y flores lleno,
Dulce despojo ameno
Del revestido prado,
Las guirnaldas mesclaron,
Y alegres coronaron
El cabello sutil, crespo y dorado,
Que, cual de las estrellas,
Por el aire bolaron sus centellas.
El alto monte verde,
Que de Palas es gloria,
Sintiendo en sí los pies de su señora,
Su tristeza ya pierde,
Y le da la vitoria
Aquel, do Prometeo gime y llora;
Y donde la sonora
Lira de Tracia espira;
El sagrado Elicona
Con florida corona,
Y do Atlante del peso no respira;
Pues su cumbre sostiene
La belleza, qu’ el cielo en tierra tiene.
Yo entretexer quisiera
Su nombre esclarecido
Entre la blanca Luna y Sol dorado;
Y su gloria pusiera
En el peplo estendido,
Qu’ en otra edad Atenas vio estimado;
Cuando el tiempo llegado
Minerva es celebrada.
Dichoso el año y día;
Y es quien vê el año y día.
Allí herido está con asta airada
El áspero Tifeo,
Que muerto pierde todo su deseo.
Mas pues que la rudeza
Deste mi débil canto,
Causado d’ un deseo simple y vano,
No puede a su belleza
Dalle la gloria, cuanto
Merece el valor suyo soberano,
Y mi intento es en vano;
Cisnes, que la corriente
De Betis vais cortando,
El canto vuestro alçando,
Su nombre y gloria resonad presente;
Si oyan Zéfiro y Flora
Su inmensa hermosura con l’ Aurora.
Di umilde a esta Luz pura;
Sufra vuestra belleza
Mi rústica simpleza.