Elania

Esta noche, Elania, tu alma celeste brilla por tus ojos.

Busco la secuencia clara de cómo llegaste a mí…

¿Recuerdas al escarabajo incitante que había trasnochado?
Era también de la provincia.
¿Habría hibernado?
Él halaba su caracola de greda y se solía estremecer.

¿Recuerdas la lucecita exigua que despedía cuando le hablabas?
Tu decías que era una manifestación de su abochornamiento/
Y te reías divertida y le hablabas más y más/ le decías/ lo recuerdo claramente/
Que ya sabías el nombre de la escarabaja que lo traía encendido.

Yo te decía que a él le faltaba un tornillo.
Porque los escarabajos incitantes son así.
Están locos porque se creen luciérnagas/
¿cuándo se ha visto que un escarabajo despida luces?

Ahora que recuerdo, cuando me conociste tú también despedías luces.
Tus ojos ya brillaban cuando recogí tu mirada en aquel maizal que había viajado.
Tus labios encendidos ya habían teñido de rojo los reflejos de aquel arroyo
Por cuya orilla yo andaba ascendiendo en busca de lo diáfano.

Candores así fulgen como llamando
Y yo me asomé aquel día por ése caminito…

Tu versación sobre los temas del candor
Removieron todos mis fundamentos sobre los pétalos,
Lo sensible a lo fulgente de algunos espíritus albinos
Y otras estructuras límpidas y tersas que enternecen.

Cuando tú abriste ésa puerta salió a borbotones la poesía.
¿era acaso una poesía congénita o ella simplemente dio conmigo?
El caso es que un aroma a provincia aleteaba en mi arbolito
Cuando te viniste a posar en él como tortolita.

¿Recuerdas mi pena grandota como ballena en la que estaba yo encaramado?
Tus manos que sabían las destrezas del pescar la acariciaron y se fue solita/
Como caminando, a prosperar en otro mar azul descalabrado.

Contigo la alegría parecía un continente
Que se ufanaba de haber sido descubierto.
Y yo me posaba en sus playas, como ave exploradora/
Enviada desde un arca ignota tras un diluvio enclaustrado.

Ahora que has llegado a mí y que retozamos como dos ciervos,
A la metafísica, esa señora dueña de lo sutil y que le gusta lo primigenio,
Démosle su poltrona/ que oscile para que sepa lo que es obnubilarse/
Y démosle harta alegría para que quede empalagada y no moleste.

Y no me preguntes cosas difíciles, como dónde van a morir los elefantes
O qué significa el advenimiento de la libélula encarnada.
No lo sé. El tiempo es un señor de edad inexorable
Y no se está para importunarlo con esas preguntas.

Mejor cuéntame que hiciste con las sinrazones abstractas,
Esas que deshojamos el otro día y que ladraban.
Pero, espera…
Escucho pisadas como de saurios…

Me tengo que ir.
Los señores de lo preciso han llegado.

Adiós, Elania, paloma celeste…


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Poema Elania - Alberto Hermoza