Como una giba que ha muerto envenenada
El mar quiere decirnos ¿cenará conmigo esta noche?
Sentado sobre ese mantel quiere rehusar,
Su cabeza no declina el vaivén
De un oleaje que va plegando la orquesta
Que sabe colocarse detrás de un árbol o del hombre despedido
Por la misma pregunta entornada en la adolescencia.
Un cordel apretado en seguimiento de una roca que fija;
El cordel atensado como una espalda cuando alguien la pisa,
Une el barco cambiado de colores con la orilla nocherniega:
Un sapo pinchado en su centro, un escualo que se pega con una encina submarina.
La rata pasea por el cordel su oído con un recado.
Un fuego suena en parábola y un ave cae;
El adolescente une en punta el final del fuego
Con su chaqueta carmesí, en reflejos dos puntos finales tragicómicos.
La presa cae en el mar o en la cubierta como un sombrero
Caído con una piedra encubierta, con una piedra.
Su índice traza, un fuego pega en parábola.
La misma sonrisa ha caído como una medusa en su chaqueta carmesí.
El alción, el paje y el barco mastican su concéntrico.
El litoral y los dientes del marino ejecutan
Una oblea paradisíaca para la blancura que puede
Enemistarse con el papel traspasado por aquél a otro más cercano.
El barco borra el patio y el traspatio, el fanal es su máscara.
Se quita la máscara, y entonces el fanal.
Se apaga el fanal, pero la máscara explora con una profunda banalidad.
Entra el aceite muerto, los verdinegros alimentos de altamar,
A una bodega para alcanzar la mediada vivaz como un ojo paquidermo.
Como una pena seminal los hombres hispanos y los toros penosos
Recuestan su peso en la bodega con los alimentos que alcanzan una medida.
Al atravesar ese hombre hispano y ese toro penoso revientan su concéntrico.
Un fuego pega en parábola y el halcón cae,
Pero en la bodega del barco ha hundido lo concéntrico oscuro, penoso,
Lo mesurable enmascarado que aleja con un hilo lo que recoge con un hilo.