Hacerme perdonar, en mi humildad pretendo,
de aquellos que herir pude, o, también, olvidado,
de los que de algún modo, sin querer o queriendo,
provoqué con molestias o, tal vez, agraviado.
De los que nada tienen y a los que acaso ofendo
con lo poco o lo mucho que por Dios me fue dado;
de los que en un instante desazono o sorprendo,
por no ser advertidos al cruzar a mi lado.
Hacerse perdonar es principio rector:
no alimentar rencores, fastidios, menos odio,
dejar a nuestro paso aunque sea una flor;
dar cuanto está en nosotros, querer al semejante,
porque la caridad sea nuestro custodio:
que la falta de amor nunca tendrá atenuante.
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