El alma

¿Quién eres, huésped noble y generoso,
Cerrado en esta cárcel o aposento
Caduco, deleznable y arcilloso,
Que seca un sol y polvoriza un viento?

¡Don eterno y espíritu profundo
Prisionero en un vaso cinerario,
Que cuando tú lo llenas, tiene un mundo,
Cuando tú lo abandonas, un osario!

¡Emanación celeste y escogida
Que desciendes de climas superiores!
¿Cuándo te uniste a mí sin ser sentida,
Para correr la senda de dolores?

En el valle infeliz de las tristezas,
Si la muerte cruel mi paso ataja,
¿porqué me dejarás entre malezas,
Cubierto con la fúnebre mortaja?

¿Y la lazada fiel que nos unía,
Dulce conformidad en gozo y duelo
De tanta negra noche y claro día,
No podrá detener tu pronto vuelo?

¿Y el diente del gusano codicioso
Que bullirá en mi carne abandonada,
Minando mis entrañas sin reposo,
Dará tristes despojos a la nada?

¿Porqué te has escondido en este encierro
Que tiene los pesares por carcoma?
¡Cuán apartado gimes tu destierro
De tu patria feliz, fénix de aroma!

Águila que apeteces tus regiones,
Águila que suspiras tus esferas,
Tus plumas van rozando tus prisiones,
Miras la inmensa bóveda, y esperas.

Tú clavas en la luz pupila ardiente,
Ves las nubes y mides su camino,
Y lánguido su vuelo es a tu mente,
Que es mal alto tu origen y destino.

Obra del hacedor, eres su aliento,
No desmientes tu cuna soberana;
Tú naciste en el claro firmamento,
Más sublime que el sol que lo engalana.

Que ese sol coronado de topacio,
Que del orbe los ámbitos asombra,
Rey del cenit y vida del espacio,
Ha de morir a manos de la sombra.

Cesará de alumbrar al triste mundo
Con su carro de ardiente pedrería,
Y arrastrará su disco moribundo
Con luto universal por su agonía.

Pero tú vivirás en el fracaso
De los polos hundidos de repente,
Que la inmortalidad no tiene ocaso,
Y tú respirarás su eterno ambiente.

Y al Señor volarás de cuyo seno
Según su beneplácito saliste,
Como esencia sutil de un cáliz lleno,
Desterrada por tiempo al mundo triste.

Bien tu origen demuestras soberano
Mientras lloras esclava en tu cadena,
Y todo el bien terreno un humo vano
Es para tu ansiedad que nada llena.

Un átomo es el mundo contemplado
Desde tu hermosa patria y sus regiones,
Un punto que del caos desatado
Se agita en nueva caos de opiniones.

Los hombres son gusanos siempre llenos
De codicia y de error que con alarde
Se disputan las hojas de los henos,
Que arrebatan las brisas de la tarde;

Simulacros vacíos de grandeza,
Sedientos de una gloria que derrumba,
Cuyos ojos avaros de torpeza
Ha de cegar el polvo de la tumba.

Esa inquietud, el ávido suspiro
Que en días intranquilos te devora
De una felicidad, que en vario giro
Sigues alucinada, y se evapora,

Que sueñas sin cesar y huye tu encuentro
Cual fantasma que avanza y se retira,
Revelan que apartada de tu centro
Te encierras en un pozo de mentira.

Que del festín en vasos cristalinos,
Coronados de flor los borcellares,
Con fondo de rubí brillen, los vinos
Que de Shivaz producen los lagares;

Que resuenen en anchas galerías
Las notas fugitivas de almo coro,
Derramando raudales de armonías,
Como perlas cayendo en planchas de oro.

Que las nubes de orobias blandamente
Se exhalen de las urnas cinceladas,
Y embalsamen de aromas el ambiente
Como si lo habitasen bellas Hadas;

Que en cerrado pensil ninfas ufanas
Te brinden con su plácida terneza;
Que excedan a las mágicas sultanas
De las mil y una noches en belleza;

Tú sacas del delirio de los gustos
Hastío y sinsabor, sierpes dolosas;
Y la sombra más negra de los sustos
Te enluta vaso y flor, festín y hermosas.

No es dicha que a tu origen corresponda;
Tu vista perspicaz mira cual barro
Las minas de diamante de Golconda,
Y el oro de Cortés y de Pizarro.

¿Vuelas tras la ambición? ¿alientas gloria?
¿Tiemblan todos los Reyes que dominas,
Los unces a tu carro de victoria
Y, pisando sus púrpuras, caminas?

¿De las ondas al ímpetu bravío
Quieres imponer leyes singulares,
Y superior a Xerxes y Darío,
Domar como Calígula los mares?

Alzase la Piedad que te condena,
Ves teñidos de sangre los laureles,
Labras con la del mundo tu cadena,
Y caen los mentidos oropeles.

¿Qué ha sido el esplendor que te ceñía?
Fuego fatuo, fosfórico y errante,
Que alagando el dintel de tumba fría
Es nocturna irrisión del caminante.

¿Qué ha sido aquella fama vagabunda?
Sirvió para dar bulto a la ruina,
Fue aluvión que destruye y no fecunda,
Rayo que da fulgores y calcina.

¿Cómo apagar tu sed? Busca las aguas
Que manan de las fuentes de la vida,
Ya que abrasan los hornos y las fraguas,
Que enciende Babilonia maldecida.

¿No ves este pantano cenagoso,
Y el vértigo del siglo, y su locura?
En estos senticares no hay reposo,
Más y más altos vuelos apresura.

El instinto que alientas noche y día
De la inmortalidad que te enamora.
Es prueba de elevada jerarquía,
Es un sello feliz que te decora.

Del éter al océano espacioso
Te llaman las estrellas, cual fanales
Que te indican el término dichoso
De tus padecimientos y tus males.

¡O patria siempre leda y venturosa!
¡Campos de luz y climas de ambrosía!
¡Pensil de beatitud! ¡Edén de rosa!
¡Cuándo recibirás el alma mía!…

¡Cuándo saldrás del mundo y de su abismo,
Oh dulce compañera, fiel amiga,
Parte noble y sublime de mí mismo,
Paloma de mi seno que te abriga!

¡O mitad de mi vida pesarosa!
Hasta que se rasgare el denso velo
Que te roba la patria venturosa,
Que entre ti se interpone y entre el cielo,

Antes que tú me dejes con dolores
En mi lecho de arcilla abandonado,
Túmulo todo tétrico y sin flores,
Porque nunca mi sien han coronado;

Nutre tus deliciosas esperanzas
Y mis días con ellas acompaña,
Cantando las divinas alabanzas
Con tira de dolor en tierra extraña.


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Poema El alma - Juan Arolas