Un segundo en un vaso es la vida;
Un segundo, también, la sorpresa de madurar para la tierra.
Mejor aun, tímidamente uno espera
Con su cuerpo hondo colmando los insomnios.
Sí, ¿qué puede ser ese suelo que nos muerde,
Sino el dulce caos de agónicos desplomes?
Uno la absorbe de manera inasible en la conciencia:
Allí anda atada a la garganta
Y a la intensa agua del espejo premonitorio.
Uno la ve en el grano y atrás del grito de una ventana.
Es ella, luz vacía: ceniza, acaso, de la carne
Consumiendo respiración, gozo y risa.
La pira del viento en los labios se agosta;
El pezón del deseo se torna inhóspito y fósil.
No ocurre de otra manera este vuelo,
Ni esta pasión de alfileres en la espiga.
Uno debería morir otro día
Y no ese que da con delicia el calendario.
Uno debe hacerle muecas con los sentidos,
Hasta enmudecer sus relojes,
Hasta saber que su áspera desnudez,
Sólo es un sueño de evaporadas ventanas.