– Dezidme, pues sospirastes,
cavallero, que gozéys,
¿quién es la que más queréys?
– Lástima tan lastimera,
¿para qué la preguntáys,
pues que sabéys que me days
mayor mal porque más muera?
Quien yo quiero que me quiera
vos, señora, lo sabéys.
Y más no me preguntéys.
– En preguntaros, señor,
yo no creo aver errado,
que en veros apassionado
huve de vos gran dolor.
Si padecéys mal de amor,
assí della vos gozéys,
que vos no me lo neguéys.
-¡O, señora, y qué lindeza
la de quien me cativó,
sino que se me tornó
para mí toda en crueza!
Es tanta su gentileza
que vos mesma la amaréys
y a mí no me culparéys.
– No neguéys vuestra fatiga
a quien os busca consuelo.
Pues de vuestro mal me duelo
sepa quién es vuestra amiga,
que más parece enemiga
éssa por quien padecéys,
pues que vos no la vencéys.
– Obedecer y serviros
es lo que yo más desseo;
que lo sepáys bien lo creo,
mas mi mal quiero deziros:
los tormentos y sospiros
de la pena en que me veys,
remediar vos los podéys.
Fin
-¿Remediar a vuestra pena
si dezís penaros yo?
Pues el amor os prendió,
él quitará la cadena;
sabed que ya soy agena,
vos de mí más no curéys,
que mal remedio tenéys.