Definitivamente creo en Dios hecho hombre,
Creo en el alto precio de la sangre bendita
Que baña una cruz negra y en el dolor sin nombre
Del cuerpo que más tarde, glorioso, resucita.
Creo en el huerto oscuro donde se eleva un rezo
De angustia tan profunda que enrojece la tarde,
Creo en el que recibe la traición con un beso
Sin limpiar en su frente la baba del cobarde.
Creo en el Pan y el Vino, en la Ultima Cena
Y en el agua que sacia la sed de toda boca,
En el llanto sincero de cualquier Magdalena
Y en la Mano Divina que sana cuanto toca.
Creo en la mansedumbre del que aparta la espada
Y se entrega a la muerte con un gesto gigante,
En el mensaje oculto, en la interna llamada
Y en el transfigurado de ahora en adelante.
Creo en los lentos pasos con una cruz a cuestas
De aquel que quiso darnos su luz en el calvario,
Creo en el Cielo y creo que sumas cuando restas
Hombre humilde que cargas tu madero a diario.
Creo en aquel que indica dónde he de echar las redes,
En la pesca abundante y en la maldita higuera;
En la voz que me dice: “Camina, que tú puedes”
Y me muestra la vida desde adentro hacia afuera.
Creo en leprosos limpios, paralíticos sanos
Y el pecador que entierra su orgullo y se levanta;
En el hombre sencillo que ve a Dios en sus manos,
En María doliente y en la Sábana Santa.
Creo, y creo en un día donde fraternalmente
Compartiré con muchos la tierra prometida;
Creo en el que recobra a vista de repente
Y encuentra, en un milagro, su puerta de salida.
Creo en esta bendita locura que me llena,
En el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo;
En aquel que me pide que comparta su cena
Y a pesar de mis faltas yo sé que me ama tanto.
Definitivamente, Señor, creo en tu nombre:
Conciencia en mí, latido, razón por la que existo…
¡Oh, Padre, si pudiera yo sería ese hombre
Que desclavara el cuerpo de tu hijo Jesucristo!