¿Escalofriante este cielo?
Un blues derrama espuma de lirios en la cruz de los días.
¿Caliente el resplandor que transfigura?
Ha sido el tiempo de las puertas.
La tempestad elige la piel y se oye clamar
en los tinglados del arrobamiento
como tigra tatuada hasta el principio.
Un bosque de vidrio subirá desde el barro,
un aullido instalará para siempre entre tus crías
la terrible belleza del caído.
¿Qué verbo indescriptible parte de esta boca
y se arroja disfrazado de virgen
a curar los jirones de tu alianza en el tiempo?
– Tigra tatuada, tigra esfinge, vélame el instante –
El alba es un largo manantial lleno de ojos.
Ya no podrás decir del trance sino el brillo,
el inefable a costas de mi piel y sus genealogías.
¿Me ayuda el terciopelo de un espejo de mano
para recuperar el tenue olor en esta fábrica de maniquíes?
(Sólo te habita la desposesión.
Fría sed el desmayo tras un bosque de vidrio.)
Crece bajo los pies el hijo del insomnio, fútil y errante.
Mañana será hijo del trueno y pescará hombres
con la unción del delirio.
– Tigra de luz, tigra aciaga, transverbérame –
Un hacha de pavor ya dividió a los amantes.
¿Quién puede guardar un anónimo fragmento
siquiera en la azotea de las pesadillas?
Ni áncoras ni catacumbas tendrán piedad
por esta dinastía abierta al relámpago.
Tus pasos llegan a la Mansión Oblicua de un hombre sobre el mundo.
Las huellas gimen por la erosión.
Sangre y nieve, nieve y sangre para lamer
frente al bosque memorial de las encarnaciones.
De esta piel te revisten de gloria
aunque carne de tinieblas sea la palabra
con que fundo el estrago y la gracia de mis hijos.
¿Aquí la plenitud del soplo,
la sacratísima perfección del desterrado?
Es que naces aún de las espinas
y con un hormiguero de entrañas me construyen el trono.