Amigo:
Sé que existes, aunque ignoro tu nombre,
no lo he sabido nunca, ni lo quiero saber.
Pero te llamo amigo para hablar de hombre a hombre,
que es el único modo de hablar de una mujer.
Esa mujer es tuya, pero también es mía,
y es un pecado, es cierto, si es pecado el amor.
Pues el rosal marchito que ya no florecía
no se siente culpable si le brota una flor.
Ahora es de noche y llueve, yo te llamo mi amigo.
Yo que corte una rosa que era tuya, quizás.
Y ella, en tu propia almohada, tal vez sueña conmigo;
y tú, que no lo sabes, no la despertarás.
No importa lo que sueña, déjala así, dormida,
yo seré como un sueño sin mañana ni ayer.
Y ella irá de tu brazo para toda la vida,
y abrirá las ventanas en el atardecer.
Quédate tú con ella. Yo seguiré el camino.
Ya es tarde, tengo prisa, y aún hay mucho que andar,
y nunca rompo el vaso donde bebí un buen vino,
ni siembro nada, nunca, cuando voy hacia el mar.
Y pasarán los años favorables o adversos,
y se abrirán las rosas que crecen porque sí.
Y yo no sabré nunca si has leído estos versos
ni tu sabrás, tampoco, que los hice por ti.