Calle Mayor. Agosto. Mediodía.
La multitud inflama la avenida con un afán de vivir
Que consiste en hacerse visible.
Algunos vociferan con algazara de domingo,
Y saludan con ademanes notorios.
En el aire un sonido de rotura
Espanta a las palomas a los confines de mayo.
(En mi alcoba, la penumbra
Tiene pujanza de ciudad en desorden).
Hago recuento de algunas intenciones
Y bajo indolente a la calle.
Por un instante dejo que la verdad
No sea un precepto importante,
Sino una cerveza en el bar de la esquina,
Una charla con cualquier transeúnte.
Reparas en mí entre la muchedumbre.
Tu urgencia brota al hablarme
Con sonrojo de noche en tormenta,
Palabras con fonemas de ráfaga,
Sonidos con color de destello.
Observo tus zapatillas de tela, tu blusa verde,
La cadera fugaz,
El contorno pequeño de los pechos.
Ha cesado el tumulto. El día,
La calle, se han borrado
Como si sólo quedase sombra, silencio, olvido.
Tu mano me guía por calles abajo,
Hacia una fachada de cal y azulejos,
A un portal de oscuridad cuajada,
Con manchas de noche y desaliño.
Siento de pronto el frío, el temblor de la piel
haciéndose mío, la premura de un temor
que quiso ser igual a su recuerdo
porque aún desconoce lo que niegan los cuerpos
cuando están abrazados,
la hemorragia que inunda dos cuerpos
En un día de agosto.