En esto sentí ruido que del cielo
Bajaba con anuncios prodigiosos,
Deslumbrando del alba el claro velo
Con nueva luz y rayos sinuosos.
Atónito quedó mi desconsuelo,
Y todos mis sentidos temerosos
Recurrieron al alma de tal suerte
Que demandan valor contra la muerte.
No queda de su acción más limitada
La liebre corredora, que se esconde
Del bullicioso cazador cercada,
Sin ver salida, ni saber por dónde,
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Como mi pecho con la sangre helada
Al asalto con ánimo imprevisto
Viendo sin causa efecto nunca visto.
Sin valor ni concierto pretendía
Mirar la causa de los rayos rojos,
A la razón cobarde detenía,
Mientras fuerzas mayor daba a los ojos.
Los sorprendidos párpados abría
Para inculcar la luz y sus arrojos
Cuando vi con asombro de repente
De Tracia la Deidad Armi-potente.
Quise esconder el rostro y, al momento,
Como el grito furioso de una nube,
Me embarga la atención y movimiento
Su grande voz que al alto cielo sube
Tan atronado del divino acento
En la improvisa acción quieto me estuve,
Que pareció mi estática figura
Estar dando un modelo a la escultura.
Con majestad deífica venía
Sobre un gran carro de acerada masa,
Del cual tiran con fébea gallardía
Cuatro caballos de divina raza.
En la diestra una lanza revolvía,
Cuyo fiero fragor puso entre tanto
Y en la otra un reluciente escudo embraza,
Miedo al oído y a la vista espanto.
Imbécil joven, ¿qué congoja es esa?
¿Quién te aflige, que estás tan apocado?
¿Huyó ya de tu pecho la firmeza
En bélicas fatigas tan probado?
¿Dónde está aquella gran naturaleza
Que mostrabas en ser fuerte soldado?
¡Que! ¿La congoja tu ánimo destierra
Lo que no pudo el susto de la guerra?
¿No eres el mismo que con fiel intento
Defendiendo tu Ley y tu Monarca,
Con la escupida del cañón violento
Hiciste ahuyentar la negra parca?
¿Adónde es ido tu robusto aliento,
Que tan humilde y pobre estado abarca,
Y abandonando lo gallardo y fuerte
Cobarde te sometes a la muerte?
Deja, huye esa vil melancolía,
Levántate del suelo prontamente,
Obedece a mi voz, que hoy es el día
En que hallarás el cielo más clemente.
Por el conducto de la mano mía,
Ante los ojos te pondré presente
De todas tus fortunas la desgracia
Y de tu Rey la generosa gracia.
Dijo: y el alma Clypeo presentando,
Que imágenes vivientes circunscribe,
Mi pasmada atención desembargando
Milagrosa vigor por él recibe;
Estaba el ancho escudo contemplando
Cuando de norte a sur fiel me describe
La isla en donde con osado acierto
El ligurio piloto tomó puerto.
La infeliz Haití cuya infausta tierra
Bermeja con la sangre derramada,
Inaudito teatro de la guerra,
Antes dichosa cuando fue ignorada,
Hora sus hijos míseros destierra
Del Etiope y del Galo consternada,
Tierra en que algunos años sin provecho
De mi Monarca defendía el derecho.
No del Eusonio Pélide el escudo
Obra maravillosa de Vulcano,
Cuyas efigies en acero mudo
Homero canta que grabó su mano;
Ni el globo de Arquímedes, el que pudo
Con orden natural y soberano
Encerrar el grandioso firmamento
Dándole curso, voz y movimiento.
Como en su Ejide vi representadas
Varias gentes y pueblos de naciones
Que en política unión entrelazadas,
Opuestas son y en mixtas religiones;
Y casi las más partes señaladas
Que anduve a pie descalzo, entre facciones
Del adusto Africano, y tan al vivo
Que en medio de sus huestes me percibo.
En tanto que mi vista divertida
Los míseros lugares recorriendo
En unos viendo gente conocida
Y en otros mi presencia conociendo,
Lela ya mi razón y distraída
Tan fuertemente lo que miro aprehendo,
De tal modo, que andaba mi sentido
De una apariencia en otra sumergido.