-Quiero el haz de tus gritos
Apretados y juntos
Para forjar con ellos
Un pueblo de palabras,
Una ciudad de voces
Con campanas azules.
¿Sin que por ello tengas
Que dejar los jirones
De tus nardos de cielo
Rendidos de los dedos
Oscuros de mis sombras?
-Entonces no comprendo
Por qué has llegado a mí
Sin una temblorosa
Canción entre las manos.
¿Es que se han muerto todos
Los pájaros del mundo,
Y ni siquiera cantan
Ahora las estrellas?
-Floreceré jardines
De músicas en ellas,
Para que tú vendimies
Ternuras de azucenas.
-Ya te he dicho mil veces
Que no quiero palabras;
Hay algo más en ellas…
-¿Quieres decir Canciones?
¿Voces estremecidas?
-Yo pienso que son tales,
Aún cuando ellas no tengan
Ese temblor sublime
Que es propio de las alas.
-¿Es que ignoras acaso
Que hace tiempo que el canto
No se espiga en los labios
Angustiados del mundo?
Todos los que cantaban
Se hundieron en un negro
Silencio sin estrellas,
Sin árboles en donde
Pudieran amarrar
Las sombras de sus sueños.
-¿Quieres decir que han muerto;
Que no existe quien pueda
Humanizar de nuevo
Los pesares del mundo?
-Es mejor que no digas
Esas cosas tan alto.
Puede que nos las oigan
Aquellos que no saben
De nuestro mar de llanto
Derramado por todas
Las mariposas muertas.
-Hay algo que ignoramos
Que transmuta la forma
Sensible de las cosas.
Quizás por ello sea
Que en mi mente tus manos
Se estremecen ahora,
Lo mismo que la sombra
Pequeña de los lirios
Hundidos en el agua.
-¿Por qué dices tal cosa?
¿Cuándo no fue de lirios
La sombra de mis manos?