¡Cuánto, cuánto se habla
Sin ton ni son; qué declamar perpetuo
De retóricas nulas!
¿No es mejor por ventura el silencio?
Que el ESPIRITU selle nuestra boca
Con sus siete sellos,
Y florezcan en paz nuestros enigmas…
¡Callemos, callemos!
¡Oh! la estéril balumba… ¡Y ser la VIDA
Tan honda como es! ¡Ser el misterio
Tan insondable! Triste afán de ruido
Que mancilla lo ETERNO
Que palpita en nosotros…
¡Callemos, callemos!
Los ángeles vendrán a reposarse
En las ramas del árbol mudo y quieto,
Como divinos pájaros de nieve.
¡Hay tantas cosas que callar con ellos!
Debe callarse todo lo sublime,
Todo lo excelso.
Hasta los nombres que a las cosas damos,
Empañan el espejo
Del SER, en que se mira
El ARQUETIPO, trémulo
De luz, de santidad y de pureza
¡Callemos, callemos!
En el callar hay posibilidades
Sin límite, hay portentos
Celestes, hay estrellas, más estrellas
Que en todo el firmamento.
El alma y Dios se besan, se confunden
Y son una sola alma en el inmenso
Mar del éxtasis, manso, inalterable. . .
¡Callemos, callemos!