EN esencia, el caballo que pisa el rocío y no sabe que es abril,
Y la luna que se deshace tontamente mientras dormimos,
Y el diamante donde tantos oscuros esfuerzos naturales culminan,
Son la misma única cosa contada una y otra vez.
Como el agua del mar que no se cansa nunca, que no sabe a dónde va,
Perro atado que ladra a los tristes barcos.
El agua del mar, que muerde los tristes barcos perdidos entre el viento salado y
Las ojerosas farolas que los esperan.
Siempre una misma cosa, y si alguno de vez en cuando se sumerge
Para siempre – con sus farolas los marineros – y sueña con poblarse de banderolas de algas
Al arraigar sus mástiles abajo, brisas de alegres peces moverán sobre él la copa del árbol,
Ya funeral, descanso del alma de los náufragos.
Siempre una misma cosa. Pero un simple error de rosas cambia las estaciones
Y con ellas, el vuelo de las aves. y con el vuelo de las aves, el aire, en sí mismo indiferente.
Es la muerte que perturba, y el nacer, y esos otros diversos accidentes en que todo tropieza y cae
Y las adormideras de los ojos que ansían, cerradas, abrirse; y abiertas, volverse a cerrar.
Muerden también, y ahogan en palabras perdidas, las cosas que a toda luz navegan desde el antes al siempre.
El corazón revela las imágenes, las repele hacia el sueño
Y entonces nos sentimos vivir como el pirata que piensa: mientras pueda flotar un cadáver es hermoso el mar.
Y somos como buques enarbolados, jugadores del viento, sobre los que la espuma escribe rúnicos epitafios,
Con historias de la nieve y del fondo del mar.
Y a cuyo bordo los pájaros sin deseo parecen decir: Oh bello, bello abril, qué injusta es la muerte.