Ella me dio el cuchillo y dijo: “Clávalo
en el segundo espacio intercostal”.
“¿Cuál es?”, le pregunté. Se abrió la blusa
y señaló, risueña, un punto: “Aquí”.
Algo debía de haber en aquel viaje
que lo hizo diferente. Más intenso.
Se veían más cosas. Ascendíamos
a inéditos sonidos y colores.
No había confusión. Hasta el detalle
más ínfimo nos era comprensible.
Sugerí: “¿Por qué no con barbitúricos?”
“Es lento”, me objetó. “Ya lo he probado.
Y el lavado de estómago es horrible.
Como un trauma mental, pero en lo físico”
Sustituí su dedo por el mío
y apoyé allí el cuchillo suavemente.
Y lo empujé de súbito. No fuera
que cambiara de idea si iba lento.
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