Arrójate memoria sobre mis brazos en cruz,
arrójate sin que se borre el rastro de las horas
y ojalá que no te pesen demasiado
esas sombras con nombres y apellidos
que me hacen compañía en el sepulcro.
Y es que aún estoy aquí, clavada en esta tierra
que se muere de sed
a pesar de beberse siglo a siglo la sangre de los hombres,
sangre de mil sabores y texturas:
amarga, dulce, pálida, temprana,
traidora, pura, anónima y eterna.
Deslízate palabra sobre la geografía de mis huellas
y píntale dos alas al madero,
escapa de este sordo dolor que quema tanto,
cobija mis insomnios que ya no caben más en estas noches
testigos de la infamia, del cómplice silencio,
del cuchillo, de los ojos abiertos,
de la carne vencida, de los labios sellados a la fuerza,
de la bala perdida, del gesto indiferente,
alcánzame palabra,
que no se ahogue tu grito en el silencio…
Que memoria y palabra conjugadas
arranquen esa máscara que oculta la vergüenza lapidaria
y enciendan una nueva dimensión bajo otra estrella
en esta misma tierra.