El recio astur, que se reputa
Claro y puro y tenaz como un diamante;
Y ella una montañesa, – diminuta
Como todo primor-, suelta y picante.
Y en una quiebra, convertida en huerto,
Habitan, por azares, un casucho,
Con un mozo andaluz, guapo, despierto,
Y en corromper a las labriegas ducho.
El marido es feliz. Tiene por Norte
El propio ensueño en la fortuna extraña:
Conservar el amor de la consorte,
Y con él y un caudal volver a España.
¡Oh ilusión, rica y tenue como un halo!
Eres gracia y piedad y no ironía.
El dios propicio, que sucumbe al malo,
Te insufla, porque brega todavía!
¡Espantoso el temblor, que de improviso
Cambia el curso a las linfas, y despeña
La roca y el alud, y agrieta el piso,
Y torna el pobre hogar montón de leña!
El campesino acude; y en acento
Que al mismo pedernal abriera estría,
Arroja como un dardo el firmamento
Un nombre de mujer: el de María.
¡Luto y desolación! ¡Ruina y tortura!
-El mísero patán busca y remueve;
Y, tras larga faena, se figura
Que percibe un albor como de nieve.
Escombra con afán y se aproxima…
¡Y ve dos cuerpos cual de mate y yeso,
Desnudos, enlazados, uno encima
Del otro, muertos en la flor del beso!
El Poniente descoge su escarlata;
Y, como signos de crudeza y lloro,
Selene muestra su segur de plata
Y Véspero su lágrima de oro.
* * *
¡Desdichado Ginés! Odia la vida,
Y arma la diestra con agudo acero…
¿En dónde los despojos del suicida
En sepulcro sin cruz y sin letrero.
En fosa que la grama disimula,
Al pie de un árbol que resulta emblema,
Pues parece un dolor que gesticula
En una contorsión brusca y suprema.
Del zafio, cuya forma ya no existe,
El espíritu aun es; – y con sus celos,
Igualmente inexhaustos, vaga triste
Y colérico y solo por los cielos.
Y con voz de retumbo de caverna
Lanza en la sombra, pavoroso grito:
“¡Maldición para el alma, por eterna,
¡ay! Porque su tormento es infinito!”