Así la pobre niña
de hinojos prosternada,
el alma lacerada
por bárbaro puñal,
oraba ante una gótica
imagen de María,
en tanto que vertía
de perlas un raudal.
¡Lloraba! ¿Y quién no llora
si vive entre cadenas,
sufriendo los tormentos
de dura esclavitud?
¿Quién puede ver, sin lágrimas,
que corran entre penas
los plácidos momentos
de nuestra juventud?
¿Quién vio desde su cárcel
cruzar la golondrina
y rápida hasta el cielo
su vuelo remontar,
que no envidió esas alas
al ave peregrina,
para, en igual anhelo,
tan rápido volar?
Indócil es y triste
de doña Dulce el llanto,
tan triste y dolorido
que mueve a compasión.
su hogar trocado en cárcel,
aumenta su quebranto
su padre, que ha perdido
la paz del corazón.
¡Sí, que sin ella vive
el pobre don Ramiro,
y vive condenado
a guerra tan cruel,
que sólo cuando exhale
el último suspiro,
si muere en buen estado
la paz irá con él!
En tanto, será inútil
que al cielo mire ansioso,
en busca de esa estrella
que le alumbró fugaz:
en vano paz demanda
con grito doloroso,
por ver si encuentra en ella
su espíritu solaz.
Que cuando sus pupilas
tendió sobre la tierra
y cuando allá hasta el cielo
sus ojos levantó,
tan sólo en torno suyo
se alzó un clamor de guerra,
y guerra siempre y duelo
doquiera columbró.
Si en noche silenciosa
cerró sus tristes párpados
y quiso en su despecho
hallar la paz así,
luego sintió su alma
roída por cien víboras,
y salta de su lecho
con rabia y frenesí.
Si aún no desengañado,
con báquica porfía
en néctar y licores
sosiego a buscar fue,
en medio a las imágenes
de amor, que halló en la orgía,
espectros vengadores
que le amenazan ve.
Y en vano, ya el instinto
perdiendo de la vida,
lanzarse va a la muerte
de eterna calma en pos;
que cuando al pecho lleva
el arma del suicida,
se aterra, porque advierte
la maldición de Dios…
¡Ay! Triste del que piensa
con infecundo empeño
que el crimen ya pasado
ni rastro dejará…
En vano paz demanda:
¡la paz sólo es un sueño
de espantos mil poblado,
sin término quizá!