Ángel de la nostalgia

Ángel de la guarda,
dulce compañía,
no me desampares
ni de noche ni de día.

Después de tantos siglos de íntima Amistad, de ser como uña y carne, como alma y cuerpo, como aliento y voz, tener que ver ahora que no tenemos anda que decirnos.
Tú me guardabas, dulce compañía, no me desamparabas ni de noche ni nunca, hasta que un día nos abandonamos. Quién abandonó a quién. Nadie abandonó a nadie, y fue el oscuro siglo, el ángel de la historia, quien dispuso que yo me perdiera y te perdiera y que hoy me vea huérfano de ti, desangelado.
Sólo echarte de menos me alumbra entre la niebla. Sólo decir tu luz. Sólo extrañarte. Fue tu verano mi infancia y en ella te sumiste, coronado de rosas de azafrán, como en el mar que yo no conocía, y no saliste ya. Te ahogaste en mí. soy tu tumba y tu fruto, el brillo de tu ausencia.

Si un niño muere, dicen, asciende al coro de los querubines, al orden de las lágrimas que derramó el arcángel San Miguel cuando se asomó al mundo.
Si un niño muere asciende por la columna vertebral de un rayo, de luz o de tormenta, hasta el incendio hueco, hasta la nada ardiendo que algunos llaman Dios.
Pero si un ángel de la guarda muere, ¿adónde va?
Halla su paz y su sepulcro en quién.
Pasa y nos deja exentos, viudos de su cuidado, dados a la intemperie, solos, impertinente, apagados.

Fue un pájaro de luz que no anidaba en nosotros pero nos visitaba cuando el cielo tenía algo que decirnos. Como llegan las amapolas a los cementerios, llegaba él a nosotros y nos dejaba encinta con su verbo. Nos ayudaba a salvar los abismos caminando con nuestros pasos menudos, vacilantes, sobre troncos tendidos, vacilantes, entre las dos orillas. Nos enseñaba las lenguas en que escribir nuestras penas, nos guiaba en la ardua misión de encontrar una misión en este valle de lágrimas.
Era heraldo y plegaria, cartero que se hizo amigo, presentimiento convertido en lámpara, confidente y consejero de nuestros desconciertos.
Pero un día él también se sintió solo. Se supo desoído. Se vio desconcertado en nuestro espejo. Perdió la fe que habíamos perdido.
Despojados de dios a quien servir, de fieles que guardar, los ángeles de la guarda tuvieron que emigrar a quién sabe qué mundos, a esferas sin razón, menos hostiles, y los que se quedaron hoy vagan desvalidos, mendigos, harapientos, por las calles del mundo, por las de nuestra extraña soledad. Tal vez prediquen en nuestro desierto. Pero no se les oye.
Después de tantos siglos de dulce compañía, hoy nos sabemos solos. Nosotros, sin su amparo. Ellos quién sabe cómo sin nosotros.
Ya sólo la nostalgia, senda, mutua, sigue uniéndonos.
que al menos ella, amarga compañía, no nos desampare aún más ni de noche ni de día.


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Poema Ángel de la nostalgia - Juan Vicente Piqueras