En ti sigue encendida la llama del amor. A veces tiembla un poco. Otras, parece estar a merced de los vientos, poderosos, que sin querer la acechan y la doblan sobre sí misma. La llama, dicha tuya, pues la avivan tu pulso y tus cuidados, integra dos colores en su ser: amarillo y azul.
El amarillo envuelve tu misterio: un azul que es enigma, oscuridad de noche silenciosa, donde todo se escucha sin querer, sin apenas ver nada.
El color amarillo de la llama de tu amor, me calienta cuando tiemblo de frío, me hace comprender la oración de ser trigo, me devuelve el olor del mediodía cuando el sol reina y canta.
Amarilla es tu voz cuando pronuncias las palabras que amas, cuando callas las palabras que guardas cual tesoros adentro de tu pecho, para darles sentido y corazón.
Amarillo es tu anhelo, un gran desierto sembrado de amapolas que tus lágrimas riegan cada ocaso, durante el alba, cuando Dios es llanto.
Es amarillo el verso que tu cuerpo compone cuando llenas tu jardín de cuidados, de delicados cortes, de nutrientes que sólo tú conoces…
En el azul te escondes. Solamente los ojos dan señales de tu alma cuando pasa una estrella fugaz entre nosotros, o cuando un búho canta y tú lo miras, girando tus pupilas, centellas un instante, hacia su voz.
Tu suspiro es azul: un ala desplegada que se escapa de ti para ser cielo y besar lo más alto.
Azul es tu mirada cuando traza sus rayos y se calman los átomos del aire a su paso, y se torna tranquila la mañana.
Azul, el oleaje de tu pecho cuando no puedes contener el misterio que te define sin palabras, incógnita presente y absoluta, y te desbordas por tu piel, revelación de tu pasión, maravillosa aparición en esta vida mía.
Amarillo es tu beso, y azules tus caricias…
Amarillo es el mundo hasta que tú – azul, noche – lo envuelves en un tul de callados azules, para después dormirlo con tu canción de cuna…
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