Ya la feliz ribera del edetano río
A gozar vuelve su beldad primera,
Y los que devastó furor impío
De Gradivo sangriento,
Feraces campos gratos a Pomona,
La amiga paz corona
Con árboles umbrosos,
Y ya en su nueva pompa bulle el viento.
¡Oh! ¡Prosperen dichosos!
Una edad y otra acrecentar los vea
Tronco robusto y ramas tembladoras;
Y cuando el rayo de la luz febea
En las estivas horas
El aire enciende, asilo den suaves
Y tálamo fecundo
Al coro lisonjero de las aves.
Amor, el dulce Amor, alma del mundo,
Aquí tendrá su imperio y monarquía,
Y los pensiles dejará de Gnido,
La mansión del Olimpo y sus centellas,
Por gozar atrevido,
En la que va a crecer floresta umbría,
Los verdes ojos de sus ninfas bellas.
¿Quién de sus flechas pudo
El pecho defender? Aquí el gemido
Del amador escuchará la hermosa;
El corazón herido,
Y el labio honesto a la respuesta mudo:
Aquí de su celosa
Pasión las iras breves,
(que breves han de ser de amor las iras)
Tal vez exhalará con tiernas voces;
Y en tanto el son de las acordes liras,
Llevado de los céfiros veloces,
Al canto y danza animará festivo
Mientras alta Dictina rompe el velo
Nocturno, en carro de luciente plata,
Y con él arrebata
El curso de las horas fugitivo.
Y tú, que viste de tu fértil suelo
Alzarse inútil muro,
Abatir la segur antiguos troncos,
De tu corba ribera honor sagrado,
Alcázares arder y humildes techos,
Tronar los bronces de Mavorte roncos,
Envuelta en humo obscuro
Tu ciudad bella, y rotos y deshechos
Ejércitos, y en sangre amancillado
Tu raudal cristalino,
¡Oh! ¡Padre Turia! Si difunde el cielo
Sobre tus campos su favor divino,
De guirnaldas ornándote la frente;
Corre soberbio al mar. En raudo vuelo
Dilatará la fama
El nombre, que veneras reverente,
Del que hoy añade a tu región decoro
Y de apolínea rama
Ciñe el bastón y la balanza de oro.
Digno adalid del dueño de la tierra,
De el de Vivar trasunto:
Que en paz te guarda, amenazando guerra,
Y el rayo enciende que vibro en Sagunto.