A una fiesta de toros

Oh tú, ladrón cornífero de Europa,
hermosa ninfa que desengañada
pasaste por el mar con viento en popa
sobre tu espalda, sin mojarse nada,
dame de consonantes una tropa
para cantar la fiesta celebrada
de unos toros que vi, y el mundo escuche
mi voz, dulce rumor de sacabuche.

Hiciéronse tablados y ventanas
en un yermo lugar de cierta aldea
por festejar las presunciones vanas
de un gran señor que no diré quién sea.
Hubo señores de Corte y cortesanas,
con otra no muy poca tararea
de toscas labradoras y de payos,
gentiles hombres, pajes y lacayos.

Si queréis escucharme, estad atentos,
que va de relación: Ya sale un toro,
hijo del diablo y padre de los vientos,
cara de hereje, que le aguarde un moro;
no se para la bestia en cumplimientos
ni le hace turbar silbo sonoro;
casi no hay tomador que se le escurra,
que a todos les va dando linda zurra.

Otro toro, el color de monicongo,
que corría ligero y sin fatiga,
a dos rocines les vació el mondongo
y fueron como perro con vejiga;
a un mozo un tropezón se dio en el hongo
que llaman el envés de la barriga,
y, sin embargarle los calzones,
quedó como quien hace cirribones.

Salió un aventurero Don Quijote
en un caballo magro como arenque
a dar zancada a un moro mazacote
que pudieran dar con un rebenque;
quiso clavarle el hierro en el cogote,
no hizo, rodó junto a un palenque,
y llevó dos cornadas de barato,
no lo hiciera peor Poncio Pilato.

Salió después un sastrecillo zurdo,
bizco de piernas y medio tuerto y romo,
y como era el toro lerdo y burdo,
una garnacha le clavó en el lomo.
Por San Crispín bendito que me aturdo
de que hiciese tal suerte, y no sé cómo
su injuria el toro no dejó vengada,
que un zurdo bien merece una cornada.

Salió otro buey, y a un negro de Mandinga,
buñuelo de nariz, gira el hocico,
el cuerno le zampó como jeringa,
perdónanos ansí mano físico;
“mal haya el picarón que no te pringa”,
dijo un chisgaravís cara de mico,
“negro borracho”, otro estornudóle,
y un gitano dos priscos disparóle.

El buen gitano, que era como un gato
al embestir y escurrir la bola,
jugando anduvo con el toro un rato,
y a veces le tiraba por la cola
– pudiérale mecer con un zapato-,
y hubo en la plaza tanta rabaola
por ventanas, tablados y barreras
que todos parecían verduleras.

Éstos son los sucesos memorables
de los toros que hubo en Boceguillas,
escritos por Beltrán en admirables
octavas, no en giciales redondillas.
¡Oh sacro Apolo, queden perdurables
en cuanto hubiere capas y capillas,
en cuanto hubiere ermitas de dios Baco,
y no falten cofrades del abaco.


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Poema A una fiesta de toros - Juan De Tassis y Peralta