El hombre sólo es completo a caballo.
J. Barbey D’Aurevilly
Quiero soñar contigo, rubia y alta amazona
que has cruzado esta tarde mis predios sin saber
que el hombre por quien vuelves e irrumpes en la zona
clausurada del parque, no es el mismo de ayer.
Has salvado los fosos y has saltado los setos.
El viejo jardinero me ha dicho que eres tú.
Rubia y alta amazona de los claros sonetos
que yo escribí una noche porque no estabas tú.
Otra mujer cercaba mis horas con los lazos
del placer, y en su grito yo añoraba tu voz
porque el recuerdo triste de una aurora en tus brazos
segaba los minutos como el trigo a la hoz.
Si te amé, no sabría contestarle a mi duda.
Si me amaste, qué importa?… yo te amaba tal vez.
Ibas por vez primera bajo el traje desnuda,
ya desceñido el cuerpo de su alba doncellez.
Llevabas en tus labios tu deseo primero
y en los ojos azules tu lejano país.
Un bucle blondo y firme. Firme y alto el sombrero.
Las cárdenas violetas sobre tu traje gris.
Erguíase tu cuerpo tan fino como un tallo
floral, a cuyo extremo tu rostro era la flor.
¿Te acuerdas?… Sólo un día… Tu traje… Tu caballo.
Trotábamos, y el trote fue mi verso mejor.
Se asomaban los párvulos paisajes al camino
por mirarte a caballo y a mi lado pasar.
Y era el camino largo, como tu cuerpo fino.
Y era todo el camino de luz crepuscular.
Fulgía el campo verde como una esmeralda
que se hubiese caído de la mano de Dios.
Trotábamos, y el viento jugaba con tu falda.
Tu caballo – aún recuerdo – se llamaba Panglós.
II
Puedes entrar, si quieres. Llama al buen jardinero.
Desciende del caballo y avanza el breve pie
por las graves estancias y entra al salón severo,
que el fuego está encendido y es la hora del té.
Aún el diván imita la curva de tu pierna.
Y aún el fuego en las llamas imita tu carmín.
Un sólo instante efímero te hizo en mi verso eterna,
y el tiempo está en tu nombre sin principio ni fin.
Al filo del recuerdo se han tronchado mis días.
-La Garconne… Mary Duchess… Childe Harold… Sans-a-tout-
Puedes entrar si quieres en las cuadras vacías;
yo vendí los caballos; no lo hagas nunca tú.
Guarda como un tesoro tu júbilo. Esa intacta
alegría de entonces…Mi dolor, qué más da?
Y haz grabar en tus bridas esta sentencia exacta:
Sólo es completo el hombre cuando a caballo va