Señor, ya estoy a punto de devolver mis redes.
Tú sabes que mi pesca no ha sido milagrosa.
Encallaré mi barca mirando hacia el poniente
Con los remos cansados de una vida en zozobra.
No sé. No sé el destino que me darán los vientos
Cuando mi alma despierte convertida en gaviota,
Si impulsarán mis alas hacia cielos abiertos
O si éstas, atrofiadas, batirán sólo sombras.
Pero sé que habrá un llanto de sal en mi cubierta
Y que una mano blanca como espuma de ola
Arriará mi velamen una tarde de niebla
Y desde el viejo muelle, dirá adiós a mis cosas.
Retornaré el cuaderno de bitácora lleno,
La brújula, el sextante, el fanal, las maromas,
Mi inútil equipaje, mis mapas obsoletos…
¡todo menos el ancla, que guardaré en mi alforja!
Navegaré otras rutas, hasta entonces secretas,
Por lumínicos mares – misteriosa derrota –
Hacia donde me arrastre la corriente de estrellas
Que conduce las barcas que sueñan otras costas.
Y cuando al fin encalle de cara al infinito,
Liberaré el tesoro de mi pesada alforja
Echando al mar el ancla – mi amuleto bendito –
Para esperar la barca de mi adorada esposa.