Cual en callado bosque de repente
Si el ruiseñor en la flexible rama
La leve garra fija, prontamente
La turba de los pájaros lo aclama,
Y en cada cual emulación excita,
Y en estímulo armónico se inflama;
Tal mi callada inspiración se incita,
Pardo, desde el momento venturoso
De tu llegada, y nuevo son medita.
Lanzárame un impulso fragoroso
De la región poética, cual trueno
Que del valle feliz turba el reposo.
Y aquel espacio cándido y sereno
Donde en placer bañé la fantasía,
Y en sensaciones plácidas el seno,
Disipose veloz, y el albo día
Tornose en sombra, cuyo peso grave
Ciñera en opresión el alma mía.
Cual masa inerte en la ligera nave
Crucé el tranquilo mar; sorda la mente
Al habla de las musas tan suave.
Si bien al respirar el dulce ambiente
Del Perú, sentí el pecho conmovido,
Y más al lado de benigna gente,
Empero, tú lo sabes, escondido
Guarda el pensar el alma del poeta,
Cual diamante de peñas revestido.
Y allí se oculta en la mansión secreta,
Esquivando lanzar extraños sones
Que no entiende quizás turba indiscreta.
Tu loor escuché… fuerza es perdones
La pueril vanidad; pensé al momento
Ceñirme a ti con fuertes eslabones.
Cumpliose el voto, y amistoso acento
Sonó en tu labio, y ya en vigor activo
Se cambia el perezoso abatimiento.
Sale de su prisión, no ya cautivo,
El impulso vital: raudo circula
Por las venas, ardor plácido y vivo.
En vano la razón lo disimula;
A la imaginación su vez no alcanza,
Ni del genio los trámites calcula.
¿Por qué si la comprimen se abalanza
Frenética a las auras; si la aguijan
Inmóvil queda y tímida no avanza?
Por más que la atormenten y la aflijan,
Ella ríe: si ríen, se entristece…
¿Quién hallará preceptos que la rijan?
Ora por largos días enmudece,
Y en tarda frase de rastrera prosa
Sus ímpetus osados envilece.
Mas súbito estallando rumorosa
La inspiración se anima y se dilata,
Como al rayo solar la tierna rosa;
Y sus tesoros rítmicos desata,
Y en torrente continuo de armonía
La muchedumbre atónita arrebata.
¡Arcano celestial! ¡dulce poesía!
¡Solaz del alma noble! De la tierra
Nunca desaparezca tu ambrosía.
Harta calamidad al mundo aterra,
Hartos males derraman de consuno
Codicia, desamor, engaño y guerra.
Sobradamente triunfan uno a uno
Tan execrables monstruos, espantando
Los orbes con estrépito importuno.
Y ya que seducido el necio bando
Ante sus aras dobla la rodilla,
¿todos han de imitar el yerro infando?
Pueda libre quien huye tal mancilla
Por el campo de aéreas ilusiones
Soltar el vuelo al ánima sencilla.
Y combinar los agradables sones,
De modo que en simétrica medida
Ablande los sencillos corazones.
Así las amarguras de la vida
En goce inocentísimo convierte
Fuerza potente al genio sometida.
Tú, amigo, los mandatos de la suerte
Cumple dócil, pues ella te señala
Región alta, do el ánimo despierte.
Allí en dulce rimar el fuego exhala
Que arde en tu pecho; los conceptos viste
Con grave pompa y esplendente gala.
De la elegía la cadencia triste
Ya hermoseaste un tiempo; y en la escena
Lauro perene cultivar supiste.
Sigue luchando en tan ilustre arena.
Ora en lírica estrofa el entusiasmo
Del corazón ardiente desenfrena;
O ya la admiración pinta y el pasmo
De la creación magnífica, o del vicio
Hiere el poder con rígido sarcasmo.
Enlaza cauteloso el artificio
Con el concepto; la razón y el gusto;
La atrevida ficción con el juicio.
Huye todo lector del vate adusto
En cuyo estilo es regla necesaria
Que todo sea excelso, grande, augusto.
Naturaleza es bella porque es varia:
La sensación con que ora nos seduce
Borra con otra sensación contraria.
No siempre el sol a nuestros ojos luce
También la niebla que tras él se extiende
A pensamientos gratos nos induce.
El vulgo de versistas no comprende
Más que la ley severa de la moda,
Y a efímeros aplausos sólo atiende.
A la opinión presente se acomoda,
Siéndole igual que triunfe opinión griega,
Turca, africana, escandinava o goda.
La dramática musa abraza ciega
Línea uniforme de eternal fastidio,
Que mis sentidos en sopor anega.
Aquellos tiempos francamente envidio
En que usaba el fingido personaje
Ya el tono de Marón o ya el de Ovidio.
¿Vestirán por ventura igual ropaje
Agamenón y el Cid? Pues por lo mismo
No debe ser idéntico el lenguaje.
Mas hoy con pedantesco rigorismo
Monótono romance nos aqueja,
Copia infiel de ensalzado extranjerismo.
Sólo en romance Andrómaca se queja;
Orestes infeliz grita en romance,
Y el romance también Dido maneja.
Y para mi consuela en tal percance,
Me citas el francés Alejandrino,
Que es forzoso seguir a todo trance.
Si es segura esta regla, no adivino
Donde nos llevará paso entre paso
De imitadores el tropel mezquino.
Mandemos a Paris por un Parnaso
Que allí no faltará sublime artista,
Rico en ingenio y en moneda escaso.
¿No vienen el pintor y el tramoyista
De luengas tierras? Pues allá se encargue
También un Apolon que nos asista.
Bueno es que el genio hispano se aletargue,
Y pues la traba clásica sacude,
Que más áspero yugo lo recargue.
Con tal de que la escena no se mude,
Y el telón sólo indique el entreacto,
No importa que bostece el patio y sude.
Lo primero en el día es ser exacto;
Si faltan novedad y lozanía,
Se suplen con la regla y con el tacto.
Celos, amor, persecución, falsía,
Matrimonio, suicidio, paz y guerra,
Todo ha de suceder dentro de un día.
Un día solo medio siglo encierra:
Apriétese la historia en tal espacio
Como en barril los higos de mi tierra.
No haya más que una sala en el palacio,
Centro común de mil y mil sucesos,
Que así, nos dicen, lo aconseja Horacio.
Charlen allí los libres y los presos;
Allí enamore el héroe, allí se mate,
Allí de la ira estallen los excesos.
Y cuando Ofelia, loca de remate,
Enternezca al Briton con sus endechas,
Burlémonos de tanto disparate.
Natura sus facciones contrahechas
Debe ostentar: no es ella quien nos rige,
Son las reglas artísticas estrechas.
Si se recrea el hombre o si se aflige,
Ha de ser con las reglas en la mano;
Traba a la inspiración la regla fije.
Perdona, amigo; rústico profano,
Me burlo del rigor de la Academia;
¿ha de haber en las letras soberano?
Habrá quien llame mi opinión blasfemia;
¿y qué me importa, si un amigo sabio
Con su opinión mi pobre esfuerzo premia?
Ante el iluso vulgo sello el labio.
Si lo escucho aplaudir un desatino,
Sin pronunciar un solo acento, rabio.
Ya sé que nunca grabará el destino
Mi nombre en jaspe: poco me interesa:
A lo presente mi ambición inclino.
Y pues goce poético embelesa
Mi alma atrevida, quiero que a sus anchas
Vague la musa rápida y traviesa.
Nunca la historia consagró en sus planchas
Obra humana perfecta en todo punto.
Hasta en el Sol se han descubierto manchas.
La admiración se fija en el conjunto;
Criticar pequeñeces es manía
De un censor bilioso Y cejijunto.
El autor inmortal de la Atalía,
¿no requiebra cien veces a Hermione
Con la más parisién galantería?
Pues si es preciso que algo se perdone,
¿por qué un yugo severo a1 genio humilla?
Libre a su audaz impulso se abandone.
¿No has visto en el Alcázar de Sevilla
Aquellos recortados arrayanes,
Donde el acero más que el gusto brilla,
Figurando ridículos jayanes,
Pórticos nivelados y derechos,
A fuerza de violencias y de afanes?
Compara esos adornos contrahechos
Con la grandeza y el aspecto noble
Del bosque y su espesura y sus repechos;
Donde con pompa altiva se alza el roble,
Y el álamo desplega libremente
Su tronco liso y su follaje doble.
Vaga no vista tímida corriente
Protegida de bóveda frondosa
Que impregna de perfumes el ambiente.
Y más allá la yedra caprichosa
Con sus colgantes amistosos, viste
De áspero tejo la corteza añosa.
Allí se inclina al suelo el sauce triste,
Y aquí rugosa agigantada peña
Al desenfreno de huracán resiste.
¿Y el orgullo escolástico desdeña
La sublime lección con que natura
Las sendas de lo hermoso nos enseña?
Censuramos la gótica estructura
Del silogismo, en que la mente humana
Encajonar su operación procura,
Y en simetría rigorosa y vana
Corta los pensamientos, y construye
Inútil armazón, pueril, liviana.
Y cuando a la verdad se restituye
Su derecho, la pobre fantasía
De la anchurosa atmósfera se excluye.
¿A quién tu corazón se entregaría?
¿A una hermosura tiesa, encotillada,
Peinada con esmero y simetría;
O a robusta doncella, aunque tostada,
Mórbida, esbelta, cuyas carnes duras
No atormentó jamás cinta apretada?
Cargáronme de argenteas bordaduras
Allá en mi juventud; calzón estrecho
Mortificó mis blandas coyunturas.
Chupa de raso esclavizó mi pecho,
Y cuando me llevaban a visita,
Decía mi mamá: niño, derecho.
¡Cuántas veces clamé: ropa maldita,
Quiera el destino que Harpagón hebreo
En encendidas ascuas te derrita!
¡Cuántas y cuántas me llevó el deseo
A la holgura del campo, que no exige
Casaca, ni espadín, ni contoneo!
Tal es el genio humano, que se aflige,
Se encoje, se aturrulla, se amilana,
Si áspero dogma sus labores rige.
En París admiré la pompa vana
Del templo de las leyes, que fue cuna
De una nación presunta soberana.
Y vi a Constant subir a la tribuna
Cargado del precioso manuscrito,
Y relatar sus hojas una a una.
¡Qué pomposo, qué grave, qué erudito!
¡Qué armonía, qué gracia, qué cadencia!
Y el bordado uniforme ¡qué bonito!
De cuando en cuando airosa reverencia,
Trago de l’eau sucrée, pañuelo fino,
Luciendo peregrina transparencia.
¡Con cuanta urbanidad, con cuanto tino,
Al fundador augusto de la Carta
Hace ver que es más déspota que un chino!
Y mientras sus periodos ensarta,
La mayoría vota, y acribilla
A la pobre nación, de frases harta.
De Londres en la gótica capilla,
Sin tantos embelecos recodos
El torpe abuso del poder se humilla.
Diez miembros, sans façon, roncan beodos
Mas al rugido de León Britano,
Ya observarás como despiertan todos.
Con el sombrero puesto y fusta en mano
Burdett al opresor audaz confunde,
Aplaude sus esfuerzos el britano.
Grave terror al ministerio infunde;
Triunfa la libertad, y el sacro fuego
Por la agitada masa se difunde.
Que allí no es moda el patriotismo, o juego;
Con los puños se explica, no con voces
Medio impregnadas de latín o griego.
Marchamos empeñados y veloces
Por el camino del saber; no hay duda:
Ya no hay usos salvajes ni feroces.
De la generación antigua y ruda
Huyeron los errores y prestigios.
El genio de las ciencias nos escuda.
Debemos al saber nobles prodigios;
Mas de natura cándida, inocente,
Me temo que no queden ni vestigios.
Cede lo original a lo esplendente;
Ya no hay sinceridad, sino decoro,
Y lo elegante es más que lo elocuente.
Desde que abrió la ciencia su tesoro
Mezcláronse confusas sus doctrinas,
Y el estiércol se junta con el oro.
Tierno garzón estudia las Ruinas;
Lo que llaman moral en los folletos;
Se explotan las pasiones cual las minas.
Los vicios y virtudes son objetos
Del análisis, como el gas o el jugo
Que encierra de natura los secretos.
A las leyes también se impone el yugo
De imitación servil. ¿Qué son mociones?
¿Qué es honorable? Lo que a Francia plugo.
La finanza se explica en clausulones
De oscura metafísica, y en tanto
Se va el pueblo quedando sin calzones.
Todo derecho es ora sacrosanto:
Soez canalla pide garantías
En ronco vocejón que causa espanto.
¿Quién es el que no tiene simpatías?
¿O quién osa tocar la eterna base
En que se apoyan sendas picardías?
Así se ligan en absurda frase
Nuestros arlequinados pensamientos…
Quiera el buen gusto que esta moda pase.
¡Pues qué! ¿fueron acaso unos jumentos
Nuestros antepasados cuyo idioma
Nunca sirvió de organizar talentos?
Si ropa ajena algún desnudo toma,
Preciso es que la arregle a su estatura,
Como de Grecia se adornaba Roma.
¿Y no será pueril caricatura,
Donde se parla lengua castellana,
Que se confundan formas con hechuras?
En esto de suprema y soberana,
Blanco y otros dirán sus pareceres,
Y disputen si quier hasta mañana.
Si las autoridades son poderes,
Cada clase es una jerarquía,
Si las obligaciones son deberes;
Si a la regla llamamos teoría,
Local al sitio, y propiedad al huerto,
¿quién entiende tan rara algarabía?
En deplorar tan craso desconcierto,
De tu paciencia sin piedad abuso.
Larga es esta misiva; ya lo advierto.
Siempre el lenguaje de Amistad difuso
En redundancia estéril se dilata
Fuera del linde que ha trazado el uso.
El cumplimiento a la franqueza mata;
La cortesía con charlar discreto
La mente ahoga, y su soltura innata.
Yo, cual vate andaluz, no la respeto:
Si inspiración fugace me alborota,
Dejo salir terceto tras terceto.
De pronto paro si el furor se agota,
Cual padre Betis en la mar profunda,
Que embravecida el suelo hercúleo azota,
Termina su carrera vagabunda.