A la espléndida mesa
de Jove poderoso
asistieron un día
los inmortales todos;
y al paso que, entre brindis
y conceptos graciosos,
del néctar delicado
saboreaban los sorbos,
cada cual se preciaba
de franco y generoso,
y de ser insensible
al influjo del oro.
Mercurio, por echarles
su vanidad en rostro,
al descuido, en la mesa,
arroja su tesoro.
Y Venus se sonríe;
Ceres abre los ojos;
Marte desfrunce el ceño;
se sobresalta Apolo;
Minerva, por prudencia,
atisba de reojo;
y Vulcano se acerca,
aunque taimado y cojo.
Del seno de su madre;
como muchacho loco,
el Amor, al dinero
se lanza sin decoro,
y solamente Baco,
en profundo reposo,
ni pestañeó siquiera,
porque estaba beodo.
El Interés, entonces,
recogió su tesoro,
y en su interior se dijo:
Ya los conozco a todos.
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