A espaldas de dios

Du reste, toute parole étant idée, le temps d’un langage universel
viendra! …Cette langue sera de l’âme pour l’âme, resumant tout,
parfums, sons, couleurs…
Rimbaud
(Carta a Paul Demeny, 15 de mayo de 1871)

La lingua ch’io parlai fu tutta spenta
innanzi che al’ovra inconsummabile
fosse la gente di Nembròt attenta:
Ché nullo effetto mai razionabile,
per lo piacer uman che rinnovella
seguendo il cielo, sempre fu durabile.
Opera naturale è ch’uom favella;
ma così o così, natura lascia
poi fare a voi secondo che v’abbella.

Dante

α

Al llegar a hombre
Dios se puso de espaldas a sí mismo.
La tierra de sus manos era la única tierra
sin embargo existían otros mundos de un recuerdo deshabitado aún.
Este hombre estaba solo entre las solas cosas. Se deshacía
en crear sus nuevas piedras y árboles
y no encontraba sombra que dejara a la luz echar raíces.
No había amor en sus labios
el corazón del ojo andaba ciego
y sorda la nostalgia le frenaba el instinto
de amanecer un día siendo piel en la vida de otros hombres.
Tarda muerte el olvido volaba entre los pájaros.
Urdimbre de vocablos con un trino por inmediata brújula
vértebras impalpables en las lamias que engendrarían dragones
y sirenas
si existiese un larvario en el amate.
Pero escribir del reino de la vida no formaría la vida
sin un grano de sal pulverulenta
sobre la hoja vacía. Sin
las arboladuras celestes de las olas
que desgastan la voz
contra los riscos del silencio
y el hambre
(tardo olvido la muerte).
En ese primer día de la marea
Dios recogió del barro la figura
que antes hizo en el sueño
y la puso en su trono para no estar ausente.
Así bajó a la tierra
que desbordó sus manos.

β

Abetos. Focas. Nieve.
En qué lugar estaba Dios
que todo yacía blanco y silencioso
igual que él estuviera entre las nubes que había
dejado lejos.
Lo llamaban Atlántida las olas
pero el hombre no podía articular esa palabra
sin que sintiera el frío más secreto
de los peces. Una espina
en sus venas. Musgo que parecía gatear
bajo los arrecifes de sus dientes.
Qué lugar tan sin dios
y con este hombre a cuestas de su paso.

γ

Acto de fe lo llama este hombre:
cuando quiso decir el nombre de los mares
todo cubrió de verde
levantaron el vuelo las palmeras
y anidó entre las rocas el recuerdo de lo que había en la Atlántida.
Humareda de fe que se levanta de la misericordia
del inicio del agua y del retorno al vientre.
La ablución de este mundo
no existe entre sus labios.
Lo que quiere decir es lo que calla
porque no ha amado nunca.

δ

Olvido es otro de los nombres de este dios
que se rehace en ceniza
cada que hay una hoguera que lo alaba
y un pez que se consume
entre sus leños.

ε

¿Sabrá este dios lo que la luz recuerda
de sus ojos?
Inveterada sed
luna branquial de una tribu de nubes solitarias
como las de su ya perdido reino
aquí no hallan consuelo las palabras que empiezan a decirse
unas con otras, como un alud de tierra inconsistente
sino las que se clavan en sus huesos
contra su propia sangre:
babel
de lo olvidado
en la ceguera de ser un hombre nube
en la noche del mundo.

Al hombre de memoria
lo deshace el olvido.

ζ

Tengo un pez en la boca, dice
a aquellos que lo escuchan mar adentro:
habita en las salivas lustrales de la lengua
en los ecos que dejó la memoria
al decir gracias
por esta luz que duerme
entre mis ojos
por el aire que llena mis pulmones
de otros peces
más
íntimos.

Se deshace la vida en esos mares:
corren, con sed de arácnido, las olas de la palabra
tiempo
y detiénense solas al llegar a los dientes
que mascan el silencio de mi casa.

De los cantos rodados que en el sueño se afilan
sobresale un anzuelo, un hueso de ballena
que crucifica al pez que mencioné al principio.

Porque lo dije
muere.

η

También hay una muerte que nunca se menciona.

(Se llamaría ternura
el acoso del llanto que cava sus arrugas en el cuerpo
se llamaría sin voz ausencia limitante
vestigio de un eterno aletazo en nuestras manos
esta branquia de Dios
que no respira
en tierra.)

Muerte tal en los ojos
o si en los labios vivos no aparece algún beso.

θ

Ahora es un decir el desahogo
que nos produce el agua.
Y un Dios escurridizo camina por la asfixia
del rostro que se postra
frente a su rostro
ahogado.

Ι

Solo un decir bastaba
para inundar la noche de agua dulce
(después de que los fuegos
los comenzamos jóvenes
y los muebles se enferman sin nosotros
de una ceniza amarga y olorosa).
Solo un decir lejano
abajo de la lengua
(la líquida presencia de la fe
y un cardumen de tiempo en la garganta
que estéril es ahora).
Solo un decir
de pulso insobornable
(como si Dios contara entre sus dedos
los latidos del hombre).
Un decirnos
a tientas
(con la boca).

κ

Y dice Dios al otro (a sus espaldas):
me bautiza tu nombre
de un pan de luz más alta.
En mis manos despiertas aparece un anzuelo
que se ata al corazón
desde los ojos.

Adempero, tus labios
se han cerrado de vida.

λ

En los hombres de tierra
sale a flote la vida
y rema Dios hacia ellos
para reconocerse entre sus rasgos.
Aunque a veces, por mucho tiempo y musgo
por tanta sal y peces
parezca más un dios
el agua.

μ

Baja el agua de Dios hasta una casa
donde se hace testigo del silencio.
Así el hombre es este hombre, quien recuerda
que en los párpados frágiles de esta noche que duermes
hay un dejo de sangre malquerida
detrás de la ventana.
Aquí no es más la angustia la que rueda
porque te miro – los ojos ya lavados-
y te arropo con un silencio limpio
antes de acomodarte
entre mis sueños.

ν

Por la espalda de Dios nacen los niños.
Al costado del hombre, las mujeres.
Su boca es la del pez.
Sus ojos, aves.

Sin embargo la música le llega de los sueños
que tocan los amantes cuando comparten cama.

ξ

Este plato donde todos los días
comulgamos la sopa
-su grito más entero y mineral-
se hizo con una arcilla milenaria
(tenazas de crustáceos)
que camina en los dedos
al tocarnos.

Es el amor (la ternura caliente)
lo que desborda el plato.

ο

a Emilio Alanís Covarrubias

El silencio se instala en la más tierna cáscara
de un niño.
Ni los responsos pueden borrarle la sonrisa
que se quedó en el rostro
para pasar la vida
porque se echó a volar
tras un cometa.

Ahora el niño y sus padres envuelven una lágrima
en los suaves pañales de Lisboa
mientras con voz de leche
Dios escribe un poema
en las bardas
del cielo.

π

Ni el salmón está triste
ni el pescador contento.
La muerte, mientras tanto
navega
silenciosa
por otras manos secas.

El mar no se ha enterado de los dramas del mundo.

Los niños que seremos
miran caer el agua
de un poema.

Y Dios se va a buscar al hombre amado
mientras se cierra el cielo.

ρ

Dios no deja de pensar en estos hombres
que se hacen uno al otro
mientras se aman.
Y no se siente Dios.
Nada fue hecho por él que no se le parezca.
Es
tan solo
un espejo ya
quebrad
o.

σ

El hombre también es otro dios
adolorido
por todo lo no creado.

τ

Dios descubre su nombre ante los ciegos.
Antes que reverenciarlo
lo construyen
de un silencio de greda.
Cabe Dios en la flor
que pueden leer las manos si lo siembran
con su misma caricia.
Pero no dicen flor ante los hombres que la miran
porque pudieran derribarla.

υ

Cuando Dios se cree Dios
es menos hombre.

φ

Hizo
efímero
al hombre
en un instante
eterno.
Al herirse el costado anidaron dos rosas
en sus ojos
y acompañó a su sangre
un aleteo de buitres que intentaron asirlas
entre gritos.
Dios vive de nacer entre los hombres
si al observar su llaga ven las flores más rojas
y espantan a las aves
a costa de su vida.

Luego vendrán los hombres que traen un buitre al hombro
y no creen en las flores porque no hay sol en lo alto.
La noche los alumbre con sus sombras.

Al igual que las flores, el hombre
proporciona su perfume
cuando muere.

χ

para Antonio Porchia

Más llanto que llover
es observar los ojos de este Dios inundado
de los muchos recuerdos
que no sabe.
Su dolor va adelante: hace sombra a los otros
que lo han amado exiguos con sus cuerpos
arropados en la oración nocturna
los hábitos de la ira
la tormenta.
Llevan su dios al diablo del pecado
para crucificarlo muchas veces.

Para el hombre, la cruz
la forma el ser bienquisto
que lo abraza.

Dios lo atestigua
y ríe.

Para mostrar su existencia, Dios
se hizo hombre.
Y descubrió en el hombre su vocación
de luz.
Siempre apagó su fuego cuando otro aceite ardía
entre la soledad, los sueños, la nostalgia.
Hoy desanda los pasos que asombraron la nieve de la Atlántida.
Van sus puños vacíos para guardar
lo que contuvo en ellos:
el fósforo
naciente
de su voz
en la tierra.

Solo a Dios le fue dado conservar tal pureza.

Vuelve a su trono el hombre
a la diestra del sueño que lo hace renacer
cada mañana.
Se ha olvidado de Dios
y de la tierra nueva que descubriera un día en la espalda
del otro que dijera llamarse como él mismo.
Y por si falta
hiciera
toma un poco de la mínima luz que agoniza en sus ojos
y la siembra en sus labios.
Por si el amor florece también en las alturas.


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Poema A espaldas de dios - Luis Armenta Malpica