Cristo dulce y amado,
Sin quien vivir un punto no podría;
Süave y regalado gozo
Del alma mía,
Mi bien, mi eterna gloria y alegría.
Mi puerto venturoso,
Do Silva de mil males amparada
Queda, y del mar furioso
La braveza burlada,
Cuando más pretendió verme anegada.
Las olas hasta el cielo,
De tan divina roca rebatidas
Quedaron por el suelo,
Sus trazas destruídas,
Y tus promesas fieles bien cumplidas.
Que nunca me has faltado
En los encuentros fieros y espantosos
Del tigre denodado,
Y leones furiosos,
Sedientos de mi sangre y codiciosos.
Porque para leones
Eres fuerte león de mi defensa;
Y a armados escuadrones
Del infierno en mi ofensa
En polvo los volvió tu fuerza inmensa;
Y el dragonazo horrendo
Que, de la boca, infame, emponzoñada,
Su ancho río vertiendo,
De su furor cercada,
Como en lazo pensó verme encerrada.
Y sólo con mirarme
(cuando a ti me volví), con esos ojos
Soberanos librarme
Pude de mis enojos,
Quedando victoriosa y con despojos.